Hace ya un buen tiempo que traía ganas de escribir sobre "los motivos correctos" al hacer algo. Inicialmente me pareció una gran idea reconocer que, al fin de cuentas, no importan demasiado los resultados, sino el proceder, la forma en que uno construye, poco a poco, las cosas que uno quiere. Me sonaba muy bien hasta que, gran sorpresa, resulta que no es suficiente. No es suficiente tener una buena actitud, ser amable con todos y sonreírle a todos cuando vas por las calles. No es suficiente apostarle al "what goes around comes around".
Al final, uno comienza a entender que no se trata –al menos no solamente– de tener una buena actitud, sino también de, por qué no decirlo, de tener talento, un poquito de materia creativa, de eso que se necesita para incendiarse a media calle un jueves por la tarde. Ser o no buena persona, ser amable, o bien ser un perfecto miserable nada tiene que ver con lo que uno hace. Con lo que uno crea, pues. Como recuerdo que decía Pound, a un poeta no se le pide que sea una buena persona, se le pide que sea un buen poeta –y la verdad hasta salimos debiéndoles a veces, como al mismo Pound. Que un artista, un poeta, una persona talentosa sea además, una buena persona, es una ganancia incomparable.
Digo todo esto, aunque en verdad a nadie le importe, porque luego de un mes intenso, de fiesta, trabajo, convivencia bizarra, viajes en autobús y momentos memorables, puedo decir que, si bien mis amigos no son los santones de iglesia que se supone que debería tener –por eso de la cristianidad usualmente malentendida como mojigatería–, son personas talentosas, brillantes en muchos momentos, y además de todo grandes personas.
Así que, con los motivos correctos y con su talento probado, vaya este post, dedicado a mis amigos (y amigas, claro) que, como los de Álvaro de Campos, têm sido campeões em tudo.
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