Los sentimientos que el pueblo argentino y sus representantes despiertan en los mexicanos son todo menos la indiferencia. El amor a Borges, a Cortázar, a Bioy, el odio a los meseros de la Condesa que parece que te están haciendo un favor al servirte, la admiración por Yayo y sus éxitos variles, Fito Paez –amor y odio por igual–, las modelos y "actrices" que migran para hacer catálogos de ropa judía, los académicos que consideran su acento y sus malos modales fuente fundamental de su intelecto.
Por cada mexicano que dice odiar a muerte, detestar todo lo que tiene que ver con la Argentinidad, hay siempre uno que le dice "puchos" a los cigarros, que empieza sus frases con "Y bueeeeno...", te dice vos y pone tildes incorrectamente en sus conjugaciones de segunda persona del singular. Es prácticamente una ley. Las generaciones van y vienen y el amor-odio a la argentinidad permanece para siempre.
Yo no podría decantarme por uno o por otro sentimiento, aunque me precio de haber experimentado experimentado ambos. Algunos argentinos me resultan detestables, especialmente muchos de los que migran a méxico con aires de conquistador, pero también creo que se comportan así precisamente porque los mexicanos lo permitimos. A otros les guardo un enorme aprecio, por lo que he aprendido junto a ellos y la buena ley que tienen. A Borges y a Cortázar, qué otra opción sino venerarlos hasta el fin de los tiempos.
Pero si en verdad queremos polarizar los ánimos, hablemos de futbol, y ya con ganas de armar pelea, de Maradona. Es increíble cómo el –para mi gusto– mejor futbolista de todos los tiempos, levante tanta animadversión, sobre todo en el país en el que se coronó campeón del mundo. Y aún más increíble ver cómo la gran mayoría de los mexicanos no se cansa de decirle marrano, cocainómano, tramposo, engreído, a pesar de no saber bien todo lo que hizo en y por el futbol mundial.
Hoy, hace 25 años, en el pasto sagrado del estadio azteca, Diego Armando Maradona marcó los dos goles más importantes en la historia del mundial. El primero, de una forma ilegal, poniendo la mano entre la cabeza y el balón; el segundo, humillando al equipo del país en el que se inventó el futbol. Lo curioso es que mucha gente sólo recuerda el primero, despotricando contra la "trampa" maradoniana, como si ellos fueran perfectos. Cuántas manos hemos metido así, tratando de arreglar las cosas como sea, y cuántas veces lo hemos logrado? Para mí, esa mano representa la naturaleza humana, artera, sucia, que a veces es necesaria para marcar la diferencia y para que después de todo, lo verdaderamente celestial, la redención de la belleza, nos alcance.
Salud por ambos goles, el de la trampa y el de la redención. Y salud por Maradona, a pesar de todo.
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