Desde hace ya al menos tres años, hay en los cielos y en la tierra una verdadera batalla por mi alma académica. Por un lado lo literario, que desde el principio me parecía esencial en mi vocación. El taller de poesía, uno que otro poemita puesto aquí y allá, las traduciones, etc. Por otro lado, la investigación educativa, que de a poco me ha ido envolviendo, y que con claroscuros me ha mantenido muy ocupado. Los veranos de investigación, las becas de la BUAP, el diplomado de CIESAS y UPN. Lo cierto es que desde el comienzo he vivido atemorizado con la llegada del día en que tenga que decidirme. Me aterroriza pensar que un día me daré cuenta que todo lo que he hecho en un bando ha sido en vano. Ese día -lo sé- definirá el resto de mi vida. No importará más que una cara del currículum y tendré que renunciar a la mitad del dinero y los compromisos. Sin embargo, y a pesar de todo, mientras ese día decisivo llega, me he propuesto disfrutar lo más posible con el mínimo esfuerzo. Comer, beber, recibir becas, dejarme consentir pues. Y debo decir que ayer, de manera totalmente imprevista, la balanza se inclinó drásticamente del lado de la Educación: Después de trabajar un rato en el instituto, capturando datos e imprimiendo artículos, mi jefa/directora de tesis me invitó a la comida de fin de año. Obviamente dije que sí, sin siquiera preguntar dónde y cuando. He trabajado mucho y me merezco la comida, -pensé. Así que nos subimos en su auto y fuimos con rumbo a la avenida juárez -calle de restaurantes y demás cosas fresas- y se estacionó en el tannat. Pero habría un obstáculo. Mi directora y su consagrada primera becaria -y por ende yo-, debían salir a las 17.30. Tomando en cuenta que habíamos llegado a las 16 y que para servir un plato tardaban más o menos 30 minutos -en los cuales bebíamos y bebíamos vino-, la tarea se antojaba no menos que imposible. Sin embargo, la espera fue sumamente tentadora, porque las entradas prometían mucho. Después de una empanada, nos dieron un conito de berenjena, un hongo monstruoso con queso, lasaña y, por fin, el bife. Monstruoso de verdad. Eli salía 18.30 hacia Zamora. Faltaban 15 para las 18 cuando nos sirvieron el bife. Sin embargo, o mejor dicho gracias a Baco, no hubo reclamo alguno. Comimos como desesperados, y 5 antes de las 18 mi directora pidió el postre. Panqueques con el así llamado dulce de leche -será el sereno, pero a mí me sabe a cajeta. Trajeron dos, pero olvidaron el mío. Así que tuve que esperar 3 minutos más y comerlo en 1. Salimos derrapando y llegamos a la central de autobuses 18.23. Todo en tiempo. Todo perfecto. No cabe duda que hoy por hoy, la investigación educativa es deliciosa. Habrá que esperar la respuesta del bando contrario.
viernes, 12 de diciembre de 2008
pugna por mi alma -académica-
Desde hace ya al menos tres años, hay en los cielos y en la tierra una verdadera batalla por mi alma académica. Por un lado lo literario, que desde el principio me parecía esencial en mi vocación. El taller de poesía, uno que otro poemita puesto aquí y allá, las traduciones, etc. Por otro lado, la investigación educativa, que de a poco me ha ido envolviendo, y que con claroscuros me ha mantenido muy ocupado. Los veranos de investigación, las becas de la BUAP, el diplomado de CIESAS y UPN. Lo cierto es que desde el comienzo he vivido atemorizado con la llegada del día en que tenga que decidirme. Me aterroriza pensar que un día me daré cuenta que todo lo que he hecho en un bando ha sido en vano. Ese día -lo sé- definirá el resto de mi vida. No importará más que una cara del currículum y tendré que renunciar a la mitad del dinero y los compromisos. Sin embargo, y a pesar de todo, mientras ese día decisivo llega, me he propuesto disfrutar lo más posible con el mínimo esfuerzo. Comer, beber, recibir becas, dejarme consentir pues. Y debo decir que ayer, de manera totalmente imprevista, la balanza se inclinó drásticamente del lado de la Educación: Después de trabajar un rato en el instituto, capturando datos e imprimiendo artículos, mi jefa/directora de tesis me invitó a la comida de fin de año. Obviamente dije que sí, sin siquiera preguntar dónde y cuando. He trabajado mucho y me merezco la comida, -pensé. Así que nos subimos en su auto y fuimos con rumbo a la avenida juárez -calle de restaurantes y demás cosas fresas- y se estacionó en el tannat. Pero habría un obstáculo. Mi directora y su consagrada primera becaria -y por ende yo-, debían salir a las 17.30. Tomando en cuenta que habíamos llegado a las 16 y que para servir un plato tardaban más o menos 30 minutos -en los cuales bebíamos y bebíamos vino-, la tarea se antojaba no menos que imposible. Sin embargo, la espera fue sumamente tentadora, porque las entradas prometían mucho. Después de una empanada, nos dieron un conito de berenjena, un hongo monstruoso con queso, lasaña y, por fin, el bife. Monstruoso de verdad. Eli salía 18.30 hacia Zamora. Faltaban 15 para las 18 cuando nos sirvieron el bife. Sin embargo, o mejor dicho gracias a Baco, no hubo reclamo alguno. Comimos como desesperados, y 5 antes de las 18 mi directora pidió el postre. Panqueques con el así llamado dulce de leche -será el sereno, pero a mí me sabe a cajeta. Trajeron dos, pero olvidaron el mío. Así que tuve que esperar 3 minutos más y comerlo en 1. Salimos derrapando y llegamos a la central de autobuses 18.23. Todo en tiempo. Todo perfecto. No cabe duda que hoy por hoy, la investigación educativa es deliciosa. Habrá que esperar la respuesta del bando contrario.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Querido Samuel: Es horrible llegar a ese punto y más cuando no haces nada productivo. Este año para mi fue pura flojera. Confiaré en mi voluntad y en los propositos de año nuevo para empezar de nuevo con los buenos habitos.
Publicar un comentario