Hay días en que las palabras sobran, no porque no diga nada, sino porque como una pipa de agua, voy tirándolas a lo largo de las calles. Me paro en una esquina y pienso en algo. Lo digo en voz alta, lo moldeo, sigo caminando. Miro un anuncio, una mujer de grupas apretadas una cajetilla de cigarros en el piso y se me ocurren cosas, cosas buenas o malas pero cosas varias, que digo y repito y olvido anotar en mi libreta.
Pero hay otros días en los que me encantaría decir algo. Algo que no sé, algo que falta, algo que sirva, que encuentre por sí mismo a alguien que lo escuche. Hay días en que como el poeta, intento escribir pero me sale espuma -o en su caso, como dijera el otro poeta, el esperma. Hay días en que me haría falta no hacer nada, no pensar en nada, quedarme en casa pero no en la que ahora vivo, sino en otra, imaginaria, en la que tuviera a la mano libros nunca vistos nombres nunca dichos, y las ganas de escribir y hacer poemas enormes como los que alguna vez imaginé, los que ya he nombrado veinte veces y esbozado tres líneas. Hay días en que yo debiera ser el otro, el que no se llama como yo me llamo, porque es otro. El que no se olvida de los cumpleaños, el que terminó su tesis y encontró a una mujer que entre su vientre tiene para mí un lagar lleno de trigo y miel, una mujer de nombre azul y lleno de rombitos. Hay días en que valdría la pena no escribirse en la cabeza tantos nombres, tantos días, y empezar a hacer poemas. Si tan sólo el cuerpo el nombre el día fueran distintos. Si tan sólo.
Pero hay otros días en los que me encantaría decir algo. Algo que no sé, algo que falta, algo que sirva, que encuentre por sí mismo a alguien que lo escuche. Hay días en que como el poeta, intento escribir pero me sale espuma -o en su caso, como dijera el otro poeta, el esperma. Hay días en que me haría falta no hacer nada, no pensar en nada, quedarme en casa pero no en la que ahora vivo, sino en otra, imaginaria, en la que tuviera a la mano libros nunca vistos nombres nunca dichos, y las ganas de escribir y hacer poemas enormes como los que alguna vez imaginé, los que ya he nombrado veinte veces y esbozado tres líneas. Hay días en que yo debiera ser el otro, el que no se llama como yo me llamo, porque es otro. El que no se olvida de los cumpleaños, el que terminó su tesis y encontró a una mujer que entre su vientre tiene para mí un lagar lleno de trigo y miel, una mujer de nombre azul y lleno de rombitos. Hay días en que valdría la pena no escribirse en la cabeza tantos nombres, tantos días, y empezar a hacer poemas. Si tan sólo el cuerpo el nombre el día fueran distintos. Si tan sólo.
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