Seamos honestos. Son para un poeta –y ya no digamos para un "joven -", "aprendiz de -", "escritor emergente" o "poeta en ciernes" como le guste más– muy pocas las cosas tan lastimeras y ominosas como andar buscando –o peor encontrar y pregonar– en sus propios textos, parecidos con tal o cual poeta. Que si las influencias, que si el tono, que si la naricita de la mamá y los ojos de la abuela. La obra se valida por sí misma –o no, que al final de cuentas es lo mismo–, se sostiene o no. Ya vendrán los críticos y académicos –Oh pepenadores de la poesía– a establecer linajes y árboles genealógicos.
De mejor gusto podría ser, en cambio, indicar con todo el respeto que se merecen, a aquellos monstruos poéticos a los que amamos, no por ser los mejores, por ser rudos o técnicos, sino precisamente porque son ellos y no otros los que nos conquistaron en el momento exacto, con el tono exacto. Lo que necesitábamos pues. Un lector que paga honores es un lector justo, agradecido, pero un poeta que se esconde en las faldas de sus mayores es un cobarde.
Dicho lo cual, me aventuro a decir que para mí Cortázar, Perec, Fernando del Paso, Rubén Bonifaz Nuño –Oh querido Boni–, Eduardo Lizalde, Amos Oz, Ernesto Cardenal y Ramón López Velarde, representan, además de los únicos superhéroes que me pueden quedar, ciertas etapas de mi vida que no hubieran sido las mismas sin ellos. Ustedes no están para saberlo, pero a los 16 años no podía salir de casa si no era con algo de Cortázar en la mano –fetiches de adolescencia, dirá usted– y a los 23 hubo una época en que, por culpa de Amoz Oz y de Ernesto Cardenal –así, seguiditos, aunados a una muy primera y muy fallida tesis– no salía de mi casa en absoluto. Don Rubén Bonifaz Nuño, más que poeta, más que leyenda literaria, me parece el abuelito intelectual que siempre he envidiado, cuya herencia genética explicaría ciertas tendencias a deprimirse por cualquier cosa. Eduardo Lizalde es el modelo de poeta machín que mantiene la precaución frente al "refinamiento" –refinamiento de los hombres…., y Perec es, simple y sencillamente el modelo de genio formal más alto al que uno puede, tan soñador uno, llegar a aspirar.
Lo curioso es que hace más o menos un mes que mi fiebre lopezvelardeana –recaída, porque la primera fue hace como 3 años– se agotó, y como suele pasar con la mayoría de las cosas significativas en nuestra vida, dejó tras de sí un halo de deprimirseporcualquiercosa. Hasta que llegó Julio Torri. Con un librito de nombre coqueto y un montón de textos breves compilados en él (De fusilamientos, en el FCE), este viejito –porque después de leerlo, uno no se lo puede imaginar de otra manera– bien pudo haber escrito los último round y la vuelta al día de Cortázar, 50 años antes. El tipo es un verdadero maestro, tanto para el lector que escribe como para el que disfruta –categorías opuestas, lo sospecho. Tiene cosas adelantadísimas, cosas que, si en México dejáramos de admirar tanto y tan superficialmente a los argentinos –Fuera de Borges y de Maradona no hay nada, admitámoslo– sólo por el simple hecho de ser argentinos y no por lo que producen, y comenzáramos a leer por la obra misma con olfato por la genialidad, disfrutaríamos más nuestra vida, con menos complejos, con mejos voceos impostados –tan lastimero el mexicano que le dice Vos a un Tú como el poeta que se autoanaliza y lo proclama–, los tenés, buscás, decís que tanto daño le hacen a nuestras jóvenes mentes –hablo lo mismo de patito feo que Tomás Eloy Martínez, que conste.
En fin, si quiere no me haga caso en mis declaraciones mexicaneras, con tal de que a cambio el lector se incline por Torri. Aquí algunas muestras, breves de origen, de la maravilla que es Julio Torri.
X hacía muchas explicaciones y salvedades pero en realidad no tenía nada nuevo que decir –usted disculpará la X, pero así viene el texto.
LEY de la salud mental: No sufras por cosas imaginarias.
JÓVENES EXISTENCIALISTAS: Se cambian opiniones, catarros, queridas.
Se elogian o se denuestan según el humor del momento.
Se enardecen o apaciguan en la medida de sus bien clasificados temperamentos y complejos.
Se casan, se divorcian o se amanceban conforme al viento que mueve las hojas.
El ciclista es un aprendiz de suicida.
UN TIPO. Lo que solía afirmar era falso las más de las veces, cuando no trivial. Su dialéctica, especiosa; su énfasis, innecesario; patente su ignorancia de todo... Pero ¡Qué tono de voz estupendo!¡qué porte tan científico! Nunca se vio en un sabio auténtico mejor estilo, mayor aplomo, superior actitud, más noble seguridad
LOS ESPÍRITUS puramente lógicos, los dialécticos, son los más dañinos. La existencia es ya de suyo de lo más ilógico y milagroso. En el engranaje silogístico perfecto y ruin de un abogado ergotista muchas instituciones jugosas y lozanas se prensan y destruyen. Líbrenos los dioses de estos malos bichos, teorizantes, fanáticos, rectilíneos, aniquiladores de la vida.
La verdadera historia de uno la constituye el rosario de horas solitarias o de embriaguez (embriaguez de virtud, de vino, de poesía ¡Oh Baudelaire amado!) en que nos doblega el estrago de una plenitud espiritual. Lo demás en las biografías son fechas, anécdotas, exterioridades sin significación.
LOS VIEJOS estamos un poco obligados a conocer a los nuevos valores literarios, hasta los de segunda categoría; pero de ningún modo a los de decimosexta fila.
Baste con eso por hoy. Baste y busque su propio "De fusilamientos", y enamórese que es buen tiempo para hacerlo. Al menos de escritores muertos, fuera de todo peligro.
NOTA: En las citas utilicé, cada vez que el texto así lo requería, dos signos, ya de exclamación, ya de interrogación. No piense, querido lector que, frente a las coerciones ejercidas últimamente, he modificado mi norma de utilizar sólo el signo al final. Es sólo que al maestro, respeto hasta en los signos.
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