Escribir no por la voluntad estética, por esa otra forma de ser en la tierra, sino porque uno simple y sencillamente tiene algo que decir. Tengo algo que decir, entonces escribo. Y si lo que voy decir no se manifiesta en forma de necesidad, entonces no vale la pena. Escribo para, en última instancia, redimirme. La escritura como forma más elevada de confesión, no como una confesión alegre, ensimismada, jocosa, sino como el dolor de confesión del asesino. Escribir porque no hay otra forma de deshacerse de esto, de lo que traigo adentro, de los escombros de los días que se arrastran tras mis pasos. Escribir porque es la única forma terrenal de no estar en el mundo. De estar en otra parte. Escribir para ser otro, sin la pretensión de que ese otro sea mejor que el que soy ahora, sino acaso, lo que me falta. Ese que no soy yo o que soy a medias, ese que soy cuando estoy contigo, mujer que no existes todavía. Que nunca existes más que en mí. Escribir para ese juez que soy yo mismo, para dictar la muerte de los que somos, de los que fuimos, de los que estamos en lo escrito. Escribir para lavar mi cuerpo, para desenredarme de los que nos sobran. Escribir como forma última de cristianismo. Un pequeño Cristo, cristiano. Sin transgredir las jerarquías. Yo soy creación de Dios, y mi poema es mi creación. A imagen y semejanza suya. Poema tuyo somos. Pero una vez creado, mi poema toma sus propias decisiones. Mi poema me maldice, cree que yo no existo. A imagen y semejanza. Mi poema tiene libre albedrío, y aunque yo crea en mi Creador, mi creación no cree en mí. Como la redención en los hijos. En el desprecio de nuestra propia carne. En el castigo santificador sobre aquello que salió de mí. El monstruo que creamos, amor. Como Cristo amó a la Iglesia, así te amo poema mío. Aunque me escupas. Aunque seas tibio y te vomite de mi boca. Porque vómito fuiste, vómito y sangre y fluidos impuros. Vómito de su boca, creación divina. Poema de mis entrañas, de dónde vienes. Vengo de mí mismo, de merodear tu cuerpo hasta convertirlo en mío. Poema de mis historias, de los que nunca fui más que en ti, en la repetición instantánea de lo que nunca pasó. De lo que pasa en el poema. Como Cristo amó a la Iglesia, hasta entregar su vida por ella. Así te amo, poema mío, novia mía. Así de impura, con tus labios de ramera empedernida. Con tu vergüenza al descubierto. Poema tuyo somos. Poema mío, que es tuyo porque todos tuyos somos. Porque somos redimidos en el poema, en el Verbo, en el verso hecho carne, hecho de carne consumida hasta lo sumo. Porque tuyos somos en el poema, y no lo negamos. Porque por eso nos redimimos.
2 comentarios:
Tengo que decir que hace mucho no encontraba una entrada de bloC que me gustara tanto como esta. Gracias.
aunque no tengo que, digo gracias. Un beso.
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