Si en lugar de comenzar este post con un "si en lugar...", lo hiciera con algo como "cada vez que muere una estrella, todo el firmamento se oscurece" o "no es la muerte, maestro, sino la entrada a la memoria", u otra de esas tantas cursilerías posibles, justificadas por los momentos entrañables de la vida en los que se dicen, –aunque no por eso menos cursis–, entonces seguramente este post sería un rotundo éxito. Pero como ni las entrañas ni la vida están en juego en este post, –y ciertamente el éxito no es algo siquiera imaginable para este humilde blog– comenzaré diciendo que desde la semana pasada que escuché en el podcast de Aristegui –la versión de 30 minutitos de su noticiario– que Germán Dehesa se despedía en su columna por culpa del cáncer, me entraron una inexplicable preocupación y las ganas de escribir este post, que lamentablemente se retrasó por las celebraciones cumpleañeras y terminó ganándome con la muerte –jaque mate, dijo ella.
Y no, en realidad nunca seguí a Germán Dehesa como escritor. De hecho, lo único que viene a mi memoria al pensar en él son sus orejas tan grandes, si piel demasiado blanca, su bizarrísimo parecido con Carlos Salinas de Gortari, sus apariciones en los partidos de los pumas y, si no mal recuerdo, una especie de comedia política en teatro que se anunciaba en la tele hace como 15 años –yo veía las caricaturas, claro. Nada más. Nunca leí sus columnas de opinión, no sé cuántos libros publicó en la vida, dónde nació, dónde estudió, quiénes eran sus amigos literarios –aunque eso es tremendamente fácil de deducir, dada la poca oferta de amigos literarios en México– y quiénes sus enemigos. Para mí era una figura pública de corte semi-intelectual, a quien los noticiarios y programas de chismes entrevistaban cada vez que no tenían a quién entrevistar –justo como Monsiváis, aunque la muchedumbre amenace con apedrearme por decirlo. Nada más.
Por supuesto que habrá tenido sus bonche de seguidores, grupis literarios que lo acosaban en los cafés y que compraban el periódico sólo por él, pero definitivamente no son ni la mitad de los que entre ayer y hoy expresan su preocupación y admiración en los perfiles de Facebook y en los TT de Twitter –sí, soy un chavo de onda en esto de las redes sociales–, esos que dicen "Adiós maestro" o "una pérdida irreparable" y que al día siguiente te ponen una nota de noticieros televisa o dicen que "vamos bien(sic) en la lucha(sic) contra el narco(sic) de Felipe Calderón (sic sic sic sic)".
Ya sé que no es la primera vez, que pasó con Montemayor y con Monsiváis, y que seguirá pasando mientras existan las redes sociales y la gente pose, y sobre todo mientras la muerte ronde por nuestras vitrinas literarias. Eso ya lo sé. Lo que me preocupa, lo que en realidad me hizo mella al escuchar la encantadora melodiosa voz de Carmen Aristegui –aaah, Carmen...– leyendo la columna de Germán Dehesa hace una semana, fue pensar que, poco a poco, casi imperceptiblemente, nos estamos quedando sin ese tipo de figuras intelectuales que, sin importar si te gustan o no, si las lees, si te interesan o hasta las detestas, son imprescindibles para la construcción del mundo literario hacia afuera. Nos estamos quedando sin "los grandes intelectuales", los referentes obligados, los embajadores de lo literario hacia la gente que no le interesa la literatura.
Quién lidiará con la televisión? Quién puede darle una opinión válida y legitimada a la gente, lo mismo sobre las cosas verdaderamente importantes que sobre el pop o los mejores tacos de canasta en México? Quién podrá, con sólo su forma de ser, dar la replica a la idea comúnmente aceptada de que al gremio de los escritores sólo le interesa su mundito, sus cosas, que desdeñan al público, a quienes les dan de comer? O peor aún, qué escritor tendrá el suficiente sentido del humor como para opinar y criticar sin lastimar? Quién se podrá bajar de su pedestal de best seller para ir a mitin político?
No hay respuestas, lamentablemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario