Hace como dos meses, en pleno fervor mundialista y con los eternos agridulces gritos por méxico a media garganta, platicaba con los amigos poetas –y el agregado narrativo, je– con los que desde hace ya un buen tiempo convivo de vez en cuando. La conversación iba sobre la perspectiva a futuro, sobre los trabajos que cada quién había metido a tal o cual premio o convocatoria de beca y sobre lo que haríamos si ganábamos –se convino que tendríamos que matar un borrego y hacer barbacoa a la que prácticamente todos ustedes, queridos lectores y lectoras, estarán invitados. Me llamó la atención, primero que nada, la capacidad para escribir mientras trabajan –el "poeta del mar", el veterano en esta historia, por ejemplo, tiene tres veces más trabajo que yo y escribe, también, tres veces más que yo, jeje– y la tranquilidad con la que hablaban de algo que a todas luces a mí me preocupaba a casi muerte.
En algún momento se me salió decir algo que ya había meditado desde hace mucho tiempo: "si no le pego a nada, voy a dejar de hacerme pendejo y a dedicarme a otra cosa". Uno de ellos –el más veterano de los entonces presentes– me miró fijo y, con un aire de solemnidad y de melancolía –que por lo demás es bastante común en él– me dijo que nosotros no escribíamos por los premios, escribíamos por la poesía. Lo que dijo me movió, y aunque después seguimos comiendo –creo que había birria o barbacoa– y terminamos jugando Fifa 2007 en un aparato que para ellos era viejo pero que a mí me parecía demasiado complejo –los controles tenían demasiados botones–, la tentación de "abandonar" no se iba.
Lo que he pensado desde entonces, es que, si bien es totalmente cierto que no hay que escribir para ganar premios o becas sino para hacer poesía, resulta mucho más sencillo hacerlo cuando uno tiene incentivos. Legitimarse, al menos hacia afuera. Tener un poemario guardado que a ojos de los menos de 10 lectores que ha tenido en su existencia es bueno a secas pero que nadie quiere publicar –aunque pensándolo bien sólo ha concursado para un premio– y un blog con 15 seguidores, de los cuales sólo conoces a la mitad y ya no le hablas a 3 de ellos te hace dudar verdaderamente si a alguien le interesaría leerte por algo más que la amistad. Es decir, será posible que a un total desconocido pueda, no ya gustarle, sino tan siquiera interesarle mi poemario? Lo compraría alguien si estuviera en la librería, en el área de poesía entre la D de Darío –digo, en orden alfabético– y la F de Manuel M. Flores –de nuevo, la selección es meramente alfabética, jaja– sólo por el título, o a lo mucho por la cuarta de forros?
En algún momento u otro, uno termina haciendo una elección, uno decide apostarle a tal o cual habilidad y relega a un segundo plano a las otras. A veces, esa decisión te da resultados inmediatos, y otras veces te lleva, en el mejor de los casos, a perder el tiempo monumentalmente y a terminar lamentándote por ser tan necio, o bien, a morirte de hambre y que tu trabajo sólo le interese a 15 personas hasta que te mueras y te conviertas en un mártir y sólo así te valoren. Dígame si no da miedo, querido lector o lectora?
De cualquier manera, el miedo se aplazará por lo menos un año. Al parecer algunas personas consideraron que mi trabajo podría ser interesante y ahora pasaré de ser a un poeta de cuarta, a ser un poeta de cuarta con beca. Me da miedo no hacer nada, confiarme, creerme poeta de tercera –cuando en realidad, a todas luces sigo siendo un poeta de cuarta hasta que se demuestre lo contrario–, sufrir de ese mal tan común llamado el "síndrome del becario" que te hace mirar por el hombro a la gente que siempre has querido sólo porque no han hecho lo mismo que tú, como si en realidad hubieras hecho algo importante. Me da miedo no cumplir, conmigo mismo, con la gente que ha confiado en mí, con la poesía –qué cursi, pero es cierto– que no tiene la culpa de que existan tantos patanes que viven de ella sin quererla.
Así que, con miedo y todo, tal vez envalentonado por la alegría de por primera vez no ser un perdedor, me atrevo a decir que sí, que me decido a intentar ser poeta, a escribir porque quiero y porque siento que debo, porque tengo ganas, porque me gusta, porque me da miedo, porque es la única cosa que me sale medianamente bien o porque de plano es lo único que sé hacer, porque tendré una beca, porque después ya no la tendré, a escribir porque sí y porque no y por las razones que aparezcan después. Me atrevo, pues, no por la beca ni por la alegría, sino por la enorme pretensión de hacer poesía. Y bueno, espero que eso del sexapil de ser becario FONCA sí sea cierto. Ja.
2 comentarios:
Si sirve de algo, yo te leo para insultarte más sabroso y comento esta entrada para decirte que a mí no me engañas, jamás morirás como mártir.
De nuevo, felicidades.
Y seguimos sin vernos, yo te debo un helado, una felicitación y muchas canciones :)
Prometo descansar mucho para vernos pronto. Un abrazo más.
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