Definitivamente, amo andar en bicicleta. Hoy, después de haberme roto la cabeza hace más o menos un año, volví a hacer un recorrido largo. Me levanté temprano y, tras intentar inflar mi balón de basquet –sin éxito–, decidí subirme a la bici y pedalear como lo hacía antes. Sin prisa, sin pretención de parecer experto montañista o ciclista de campo traviesa. Simplemente andar en bici tan lejos como se pueda, pedalear fuerte hasta que te dé hambre y te duelan los chamorros, detenerse un ratito a ver una iglesia o una plantación de flores amarillas y blancas, bajar la velocidad para que los perros no te persigan. Llegué a Tonantzintla, más o menos 6 kilometros de ida y vuelta, que no es gran cosa pero que es un gran avance para alguien que le tiene miedo a la fatídica y definitiva tercera caída.
Mi papá tiene una historia sobre un tipo que compra un carro y busca un chofer para que lo lleve por la sierra. Tres personas se presentan y el primero le dice que puede andar con media llanta fuera de la carretera sin que se sienta nada dentro del auto. El segundo dice que él puede andar con una llanta completa sobre el acantilado, y aún así mantenerse como si nada, el tercero, resignado, reconoce que él no puede hacer eso, que lo que él hace es mantenerse lo más lejos posible del acantilado. Hoy, mientras frenaba en cada esquina y volteaba precavido a todos lados, me acordé de esa historia.
Después me acordé de que mi mamá me dijo que a pesar de todo, mi carácter tendía a explorar, a buscar cosas nuevas por ser el primogénito. También me dijo que para mi autocomplacencia y falta de disciplina, tenía que practicar un deporte individual. Ella me recomendó correr y lo intenté, pero me aburre mucho no tener nada que perseguir. Sí, se siente bien ganarle al sol, ganarle al pavimento, a los madrugadores que toman el camión a su trabajo, a las mamás copetonas que van en sus trocas a dejar a sus niños fresas a la escuela, a ti mismo que sientes frío y sueño. Pero después de un tiempo se vuelve monótono, simples repeticiones de pasos, de pisos, de respiraciones. En cambio, andar en bicicleta es un poco conquistar el mundo. Andar por calles que no conoces, que no sueles frecuentar, vencer a los perros, ya con astucia, ya con velocidad nerviosa. Andar en bicicleta es estar despierto, atento al camino, a los autos que no respetan al ciclista, a los baches, a las muchachas guapas que rondan por Cholula, todo mientras cantas y silbas canciones, mientras piensas en cosas que no piensas cuando estás en el suelo, cuando caminas y miras pasar las bicicletas, y a las muchachas guapas que pasan frente a ti.
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Dicho esto, va la recomendación del día: Matt Costa, graaan músico, maravilloso video.
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