Y es que en la diáspora, e incluso antes, los judíos ya empezaron a molestar y a provocar a sus vecinos y a todo el mundo, enseñándoles cómo había que vivir, a distinguir entre lo permitido y prohibido, entre el bien el mal... Por eso los gentiles nos odian a muerte en todos los países de la diáspora y quieren que dejemos de hablarles de moral, que dejemos de volverlos locos con nuestras purificaciones y nuestras redenciones, pues acaso no es cierto que ya nos hemos vuelto locos hasta a nosotros mismos, que nos odiamos incluso a nosotros mismos y que nos hablamos unos a otros, y cada uno a sí mismo, como Hitler, y lo único que no hemos dejado de hacer es compadecernos continuamente de nosotros mismos qué desgraciados somos en qué mundo vivimos dónde está la justicia que aparezca ya o que se consuma en el fuego toda la justicia, y eso no lo escribió ningún loco, sino el mismísimo Bialik. Fuimos unos llorones y llorones seguimos siendo incluso aquí, en Israel.
El otro día G y yo hablábamos de los religiosos y sus insoportables aires de superioridad. Después, en "un descanso verdadero", me encontré con este fragmento bien interesante. Yo creo que se trata no sólo de los judíos, sino de los protestantes, los católicos, los teóricos y académicos, los agnósticos y ateos. De todos son religiosos y consideran que sus "acciones" perfectas, o el cumplimiento de tal o cual reglamento los hace mejores que otros, los hace orgullosos. A veces es triste darse cuenta de que los más orgullosos son los más huecos, los que menos entienden aquello en lo que creen.
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