lunes, 8 de marzo de 2010

Los abrigos del tísico, o Dámaso Alonso y sus encantos

Lo que me pasa ahora, después de terminar un poemario que me atormentó –literalmente– por años, es que me siento desabrigado, incompleto, desvalido. Me siento como si a un vago, a un tísico que se coloca veinte suéteres y abrigos, de repente se los quitaran todos, a la fuerza o con engaños, diciéndole que debería quitárselos, meterse al una alberca y darse un baño, asolearse. Probablemente la primera sensación para nuestro eremita contemporáneo sería de liberación, de sensualidad pura con el contacto del agua sobre la piel, el sol lamiéndole los brazos, el pecho, la espalda. Pero después de un rato, después de haberse reencontrado con el sol, con el agua, con el airecito que recorre la piscina, se dará cuenta de la pérdida, del dolor de haberse desprendido de algo que ya casi era parte de su propio cuerpo. En ese momento, no le importará que sus ropas estén sucias y huelan mal, que el calor sea casi insoportable y que su cuerpo esté todavía mojado. Intentará ponerse otra vez sus abrigos para estar completo, para no sentir que se ha traicionado. Es entonces cuando alguien le tiene que ofrecer una toalla limpia, una bata, una playera y unos shorts, ropa interior, zapatos cómodos. Dependiendo de esta nueva ropa, nuestro vagabundo decidirá dejar atrás su ropa vieja y comenzar a usar la ropa nueva.
Afortunadamente alguien le dio este tísico una toalla enorme, tibia, una bata suavecita. De repente siento que debo aferrarme a las dos únicas lecturas que he tolerado últimamente para poder pasar a lo que sigue. La toalla tibia de Amos Oz y la bata suavecita de Dámaso Alonso. Del primero he leído ya cinco libros y voy por el sexto, pero el segundo representa para mí un hallazgo increíble. Porque Dámaso Alonso no es teoría literaria, o tal vez sí, pero no esencialmente. Dámaso Alonso es intuición, es ritmo, es poesía misma para acercarse a la poesía. En estos momentos en que extraño tanto tener que pensar en los poemas que no he hecho todavía –y de verdad que no hay nada de lindo en ello sino todo lo contrario–, Dámaso Alonso me dice Calma, espera y vuelve a comenzar. Escucha atentamente y cuenta con los dedos las sílabas del verso, despréndete de tus abrigos, de la suciedad que has acumulado, y lava tu cuerpo hasta que vuelvas a estar limpio. Hasta que ya no quede nada.

***

Aquí algunas muestras de los encantos de don Dámaso Alonso, de quien siento debí haber leído hace mucho tiempo, pero que por otro lado sé que llegó en el momento justo:

  • Las obras literarias no han sido escritas para comentaristas o críticos (aunque a veces críticos y comentaristas se crean otra cosa). Las obras literarias han sido escritas para un ser tierno, inocentísimo y profundamente interesante: el lector.

  • Estéticamente, intuimos con toda nuestra psique, puesta de modo automático en una especie de vía mierta, de ensueño, de momentánea infancia, o de día domingo, es decir, en un estado no hábil, no práctico, no comercia, puro, libérrimo, iluminado.

  • Esta intuición se la tiene o no se la tiene, como en la mística los carismas y las gracias especiales.

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