Todos los héroes se han ido
con nuestra juventud
Rubén Blades
Arriesgarse. Atreverse, enfrentarse las cosas que nos dan miedo, enfrentarnos con nosotros mismos, tomar el camino estrecho. Correr –no caminar– los riesgos. Y lo contrario del riesgo no es la seguridad, sino la comodidad. Porque en el riesgo hay una seguridad indestructible del enfrentamiento, de la sonrisa plena por intentarlo, por tomar la decisión de hacer las cosas no por deber sino por convicción. Porque el Hijo del hombre no tiene dónde resguardar su cabeza, y no le importa. Porque la comodidad es para los cobardes, para los millonarios, para los que le tienen miedo a la vida.
Y los riesgos son decisiones propias, descubrimientos personales. Lo que a alguien le parece un riesgo temible a otro le parece la cosa más normal del mundo y viceversa. Para alguien casarse y tener hijos le puede parecer cómodo, lo más común del mundo, mientras para otros es un riesgo enorme, un atrevimiento que a pesar de todo alguna vez valdrá la pena intentar. Para alguien escribir poemas, hacer música, terminar una tesis es lo más normal del mundo, y para otros representa el riesgo de la vida, el enfrentamiento a muerte con los héroes, con los maestros, con nuestra propia juventud. Robarse una base, abanicar el primer picheo, desobedecer la señal de sacrificio e intentar un batazo grande no significan lo mismo en la segunda entrada que pasada la séptima. Porque en la octava, la novena ya no hay héroes, ya no hay poses, sólo hay hombres –y mujeres– atrevidos, nerviosos, cansados, pero definitivamente convencidos de arriesgar el juego, el empate, la temporada, la vida. Porque después de todo, la comodidad de la banca no es para ellos.
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