Como se habrá dado cuenta el querido lector, he dejado de postear tan seguido como solía. Eso puede significar dos cosas: o bien, ya me enganché con mi tesis, o la vida laboral me ha absorbido totalmente y ya ni pensar bloggeramente puedo. He de decir que un poco de ambas.
Creo que la gran ventaja, y tal vez hasta el gran logro de mi estado académico-laboral hoy en día radica en tres pequeños, pero importantísimos artefactos en la vida de todo ser humano civilizado. La televisión, la radio y el reproductor digital de música.
El primer gran éxito, el de la televisión, radica precisamente en que no tengo una. Pero no, no me confunda. No soy del tipo de personas que dicen que nunca ven tele porque eso es para los nacos, o para las mentes débiles, o para los borregos o aquello que la gente intelectual dice para quedar bien -y que por lo demás, tiene curiosamente al menos tres televisiones en su casa y una pantalla enorme en su cuarto. Más bien al contrario, pertenezco a la facción mayoritaria de las ya muchas pero no suficientes generaciones de mexicanos que crecieron pensando que la televisión era mejor que una mascota, y que indiscutiblemente era parte de la familia, aún más que los tíos o los abuelos. Los niños que llegábamos de la escuela y sin quitarnos el uniforme nos echábamos panza arriba a mirar las caricaturas, y que no parábamos hasta que pasara la familia telerín -o en su famélico caso, la familia telmex- sólo para hacer a medias la tarea y seguir mirándo la telera hasta que mamá nos gritara que ya estaba bueno de tanta tele.
No tengo tele porque nadie me ha regalado una, y ni mi sueldo de profe ni mi beca de alchichincle me permiten costeármela. Así que no tengo tele. No miro noticias, no veo el fut -aunque sí lo veo, para eso hay cantinas o la casa de mis padres- no miro bob esponja. Hay, pues, que reconocer que hay un dejo de ascetismo en mi vida actual, y está dado en gran medida por mi alejamiento de la televisión.
Segundo: El radio -sí, uso indiscriminadamente los artículos masculino y femenino, ¿y qué?. Si bien fui un niño televisivo -nunca televisado- mi mamá es una mujer de radio. Es una entre los pocos mexicanos que prefieren escuchar AM al FM a causa de la radio hablada. Mi mamá se levanta y escucha el noticiero radial. Luego le cambia a algun programa de comentarios, sean políticos o de espectáculos, da lo mismo. A las 13, pone de 1 a 3 con Jacobo Zabludowzky. Todos los días, de lunes a viernes. Y bueno, ¿qué hacer cuando no hay tele? Conformarse con la Radio. Escuchar los resultados de deportes en deportribuna, 1250 de am, o el programa de luchas con el niño águila en estadio W. Y escuchar como herencia de 1 a 3. Sé que sonará un poco tonto, pero siento que la radio me ha regresado -si es que alguna vez la tuve- la capacidad de reconstrucción mental de los hechos a partir de lo hablado. Es bonito y recomendable.
Tercero: El reproductor digital de música. Cuando me asaltaron -las dos veces- creo que lo que más me dolió fue perder mi música. La primera vez se llevaron, entre todas las demás cosas, una palm con tarjeta de 4 gigas, y mis audífonos de astronauta. Me dolió muchísimo. La segunda, la compu con 60 gigas de música y otra palm. Debo decir que mi vida, a diferencia de la de muchos otros, no la rigen los astros sino la música. Música para caminar en la calle, música para comer, para dormir, para leer, para escribir, para cocinar. Música para levantarse de buenas, o de malas, o para no levantarse. Así que podrá imaginarse el querido lector cuán grande suplicio fue para mí no tener música portatil. Ya lo he comentado anteriormente, pero lo digo de nuevo. Gracias a mi grabadora de voz por regresarme a la vida, por despegarme de la computadora y hacerme caminar por las calles -cuando no ando en bici, porque soy demasiado miedoso para hacerlo con audífonos. Gracias a Dave Matthews, a Ojos de Brujo, a Regina Spektor, a Jollie Holland, a Beirut, a Otto, a Béla Fleck & the flecktones, a John Zorn & Masada -the NY jews mothaf*cker, jaja- y a todos los demás músicos que están almacenados en la carpeta "mi música" de la computadora en la que ahora escribo. Como en los agradecimientos de los discos o de los libros. Gracias por hacer comible mi comida, por hacer tolerable mi madrugada para trabajar, por hacer menos cansado el regreso a casa. En pocas palabras, gracias por hacer posible mi vida, por editar sin saberlo, el soundtrack exacto para mi vida. Y como dice mi abuelita, gracias a Dios, mijito.
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