Hoy, después de un buen rato de distención mental -fácilmente comprobable en la pésima calidad de los posts recientes, que contrasta con los grandes motivos que, lamentablemente, se han ido limpios; disculpe usted lector- volví a trabajar la tesis. Me levanté tarde, sí, pero a las doce con treinta ya tenía la jarra de café lista y frente al escritorio, el libro en curso abierto, lápiz y papel a la mano, la música propicia y la firme intención de avanzar. Resultado: Dos horas y media de trabajo, de notas interesantes y apuntes para los capítulos que he proyectado. Después de estas dos horas y media, comenzó el gran problema. Mi mamá entró a preguntarme qué es lo que pasaba conmigo, si veía que todos estaban trabajando, por qué no me involucraba. Tú no sabes colaborar con la colectividad, tú sólo piensas en ti. Y así se desató una vieja y concurrida discusión sobre mis malos hábitos, mi falta de disciplina, mi pusilanimidad, la mala elección del tema de tesis, etcétera, etcétera, etcétera. La conclusión la puso mi papá, porque si fuera por mi madre y por mí, la discusión seguiría hasta mañana. La conclusión pues, era que inevitablemente tenía que colaborar con la "creación" de la cena de navidad. Así que terminé con las manos sumergidas en agua con sal, sacando trozos de bacalao y desmenuzándolos. Quitas los pellejos, las espinas, el nervio, y pones la carne en el recipiente. Así con todos los trozos de bacalao. Resultado: Dos horas y media de desmenuzar bacalao, las manos saladas y apestosas, dos platos de pellejos y un recipiente lleno de carne, limpiecita.
Debo en verdad agradecer esta actividad, ante todo, porque me hace darme cuenta de que nunca podré ser lo que se dice un académico de cepa. Mi familia considera, hoy y siempre, que escribir -o producir escritura académica, mejor dicho- es una gran pérdida de tiempo, o por lo menos, un asunto que se despacha rápido. No en vano mi madre me dijo que le parecía increible que me tardara tanto. Si ya sabes qué vas a hacer ¿por que te tardas? ¿Para qué tanto libro, tanta ida y vuelta?, que le pones, que le mueves...
Independientemente de que tenga o no razón, me alegra que me lo diga -me alegra ahora, porque el coraje ya se me pasó-, no porque necesite aprender humildad -aunque quién sabe- sino porque creo que de vez en cuando un baño de realidad no cae tan mal. Además, agradezco que al menos me dejaron solo mientras desmenuzaba el bacalao, y pude reflexionar un poco todo lo que leí antes.
Una cosa fue la que, en esta reflexión bacaláica -si es que tal cosa puede existir- llamó mi atención. De toda mi búsqueda bibliográfica en torno a la tesis, pocos libros me han gustado tanto como el Alfabeto contra la Diosa de Leonard Schlain. Es un libro aventurado, temerario, que lanza hipótesis descabelladas a diestra y siniestra y al final termina sembrando en quien lo lee algo muy parecido al convencimiento. Y me sorprendió sobre todo el hecho de que empezara a aventurar mis propias hipótesis. No sé cómo, pero llegué al siguiente razonamiento:
[Al lector desesperado y/o con poco tiempo, conviene advertirle que, si no le interesan las reflexiones semi-antropológicas sobre la escritura y/o de corte teológico, bien podría brincarse lo escrito en cursivas; le aseguro que no se pierde de mucho]
Debo en verdad agradecer esta actividad, ante todo, porque me hace darme cuenta de que nunca podré ser lo que se dice un académico de cepa. Mi familia considera, hoy y siempre, que escribir -o producir escritura académica, mejor dicho- es una gran pérdida de tiempo, o por lo menos, un asunto que se despacha rápido. No en vano mi madre me dijo que le parecía increible que me tardara tanto. Si ya sabes qué vas a hacer ¿por que te tardas? ¿Para qué tanto libro, tanta ida y vuelta?, que le pones, que le mueves...
Independientemente de que tenga o no razón, me alegra que me lo diga -me alegra ahora, porque el coraje ya se me pasó-, no porque necesite aprender humildad -aunque quién sabe- sino porque creo que de vez en cuando un baño de realidad no cae tan mal. Además, agradezco que al menos me dejaron solo mientras desmenuzaba el bacalao, y pude reflexionar un poco todo lo que leí antes.
Una cosa fue la que, en esta reflexión bacaláica -si es que tal cosa puede existir- llamó mi atención. De toda mi búsqueda bibliográfica en torno a la tesis, pocos libros me han gustado tanto como el Alfabeto contra la Diosa de Leonard Schlain. Es un libro aventurado, temerario, que lanza hipótesis descabelladas a diestra y siniestra y al final termina sembrando en quien lo lee algo muy parecido al convencimiento. Y me sorprendió sobre todo el hecho de que empezara a aventurar mis propias hipótesis. No sé cómo, pero llegué al siguiente razonamiento:
[Al lector desesperado y/o con poco tiempo, conviene advertirle que, si no le interesan las reflexiones semi-antropológicas sobre la escritura y/o de corte teológico, bien podría brincarse lo escrito en cursivas; le aseguro que no se pierde de mucho]
"Si la escritura modifica radicalmente los procesos cognitivos y comunicativos, entonces también modifica las relaciones entre los miembros de un grupo social. Caso concreto, la aparición del concepto de justicia no pudo haberse dado en una cultura en la que la lectoescritura no estuviese arraigada y fuese funcional. Antes de la escritura, los tratos se sellaban con palabras habladas, por lo que el honor jugaba un papel preponderante, pues la palabra expresada por una persona era suficiente para comprometerla al grado de la muerte. Por la boca muere el pez. Llega la escritura, y al tornarse funcional en los ámbitos económicos, los tratos ahora se sellan con palabras en papel, y exigen su cumplimiento independientemente de que el hombre -porque la escritura representa la afrenta del hombre a la gran diosa- esté vivo o muerto. Los hijos heredan las deudas de los padres. En el mercader de Venecia, el mercader -cuyo nombre no recuerdo- exige que se cumpla el contrato; no hay compasión, no hay esperanza, el trato fue escrito y firmado. Un ejemplo más: En la Biblia -y aunque el lector sea agnóstico, debe conceder el hecho de que los judíos son el primer pueblo en el que la escritura modifica totalmente los procesos sociales y culturales-, el concepto de Justicia -pueblo justo, hombre Justo, Dios justo- no se da sino hasta que Dios se revela completa y concretamente al hombre. Moisés recibe las tablas de la ley -escritas sobre piedra por la mismísima mano de Dios- y entonces sí, hay derecho legal para la muerte en la vida del hombre. Porque las cláusulas del contrato son claras y están escritas. Entonces sí, la sangre de los Justos demanda Justicia, y Dios es justo al -y precisamente por- hacer que se cumpla la ley. Mi sospecha -que elucidaré tan pronto como descargue el e-sword, programa de la Biblia multilingüe- es que, antes del pacto de la ley, es decir, en el génesis y en parte del éxodo, la palabra Justicia y sus derivados no se utilizan, o si acaso se llegan a utilizar, no son tan definitivos como en el uso posterior.Graaaaaaan divague. No cabe duda que me divertí mucho pensando todo esto. Quién sabe, tal vez el bacalao tenga el equivalente intelectual de las propiedades afrodiciacas de los mariscos, que por cierto podrían ser llamadas propiedades atenéicas. Sea como sea, me alegra estar -mentalmente- de vuelta, aunque sea de esta forma tan zurda. Ja, como si alguna vez hubiera sido de otro modo.
En fin, que por algo habrá sido que en la carta a los Hebreos se diga que "Abraham creyó, y eso le fue contado por Justicia". Como no había razones de justicia, creer en la palabra de alguien -en este caso de JHWH, Yo soy, el Dios del Nombre- era más que suficiente.
Y si este ejemplo no es suficiente, pienso en otro, que toca a una de las culturas más avanzadas económicamente. La ciro-fenicia. Antes de la rotunda influencia de los Griegos y Romanos, los hebreos -y su avanzada forma de escritura, hermana menor pero mucho más útil y brillante que la de los caldeos-babilonios- fueron cautivos y esclavos de los Fenicios. De esta unión -conflictiva, al más puro estilo de la sociolingüística catalana del conflicto- se pule la escritura ciro-fenicia, al grado tal que pone las bases más importantes para la escritura occidental. Pues bien, sabido es que los fenicios hicieron común el uso del dinero, metáfora de la palabra. Yo creo que lo hicieron precisamente por que el concepto de justicia -y por ende el uso de la escritura- estaba ya bien arraigado.
Esto nos conduciría a la definición del Estado que garantiza el cumplimiento de los contratos escritos, contratos no negociables. Y así sucesivamente..."
2 comentarios:
Interesante sin duda. Habría que pensar por ejemplo -si acaso cabe hacerse la pregunta como teólogo o creyente - en qué momento de la conciencia de grupo se pasó de la creencia fundaental: "al principio fue el verbo/palabra" a la creencia irreducible en: "la sagrada escritura". Hablo del judeo-cristianismo.
Se acepta, según yo, que la "sagrada escritura" de los judíos y cristianos, es en escencia "la palabra" aunque se debe aceptar que no lo es en todos los casos. Algunos ejemplos como los mismos evangelios fueron pensados para el papel.
Pienso que la situación bíblica (viejo y nuevo testamento, viejas y nuevas creencias y viejas y nuevas técnias de propagación) habla mucho de lo que sucedió en occidente respecto a la alfabetización en contra, como enemiga fervorosa, de la oralidad.
La cosa es que la situación con la cristiandad es que modifica a medias los entornos inminentemente orales. Uno lee para decir, para hacerlo "carne" en el corazón. Para meditarlo día y noche. No se lee por leer en sí, sino porque la escritura fue el medio más funcional para la propagación del mensaje. Sin embargo, si te das cuenta la mayoría de los cristianos valoran como excelente la memorización de la Palabra de Dios. Entre más versículos sepas, eres mejor creyente. Para mí, eso representa una doble funcionalidad. No se trata de que el creyente-al menos no el creyente de a pie- se la pase leyendo. Más bien lee para recordar, para hablar, para "anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable". Ja, justo, un ejemplo
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