Segundo post de la noche. Post atrasado no por el tiempo, sino por la dificultad del tema. Ya alguna vez aprendí que debo cuidar mi boca al tocar temas que involucren al género, sus discursos y estudios -lo recuerdo bien, "...pues yo creo que la poesía es básicamente un ejercicio de masculinidad, al menos la poesía que a mí me gusta, la que siento de a deveras...", igual que recuerdo las reacciones de las personas a quienes se los dije, todas, misteriosamente, mujeres-, así que hoy intentaré salir bien librado de mi propia lengua.
Dos cosas han despertado mi curiosidad en torno al tema. La primera es que desde hace un tiempo circula en la radio -mi referente, ya que no tengo tele- un comercial del instituto de las mujeres, que presenta la gran particularidad de ser hecho -hablado- por hombres. Ciro Gómez Leyva, Pepe Cárdenas, Blue panther -golpes a una mujer, nunca- y otros más que no conozco, hacen una severa recomendación a no ejercer violencia en contra de las mujeres, los niños y las niñas. la segunda es que la semana pasada me entregaron tres cuadernillos de la SEP estatal que enseñan a los profesores a combatir la violencia de género, explicando la diferencia entre género y sexo, golpes y escupitajos, palabras groseras y hechizos de brujos. Excelente, dirá el lector, vamos bien en el camino de la equidad de género, pero lo cierto es que a mí me parece un juego muy perverso, un complot que apunta a minar una de las principales características de la virilidad desde tiempos inmemoriables. Me explico.
Desde la época del ser humano nómada, la división del trabajo a partir del género ha sido una forma sabia y útil de subsistir. El hombre caza, busca la comida y cuida su territorio de los ajenos. La mujer se encarga de procrear y educar a los hijos, cuida el territorio desde adentro. No es machismo, es mera supervivencia. La mujer transmite cultura, sabiduría, traumas y pasiones, y a lo largo del tiempo se le asocia con la tranquilidad, con la búsqueda de ambientes propicios para el descanso y la convivencia. El hombre, dada su responsabilidad, o si se quiere ver de otra manera, su parte del trato, se ve obligado a usar la fuerza, a poner en juego la vida para resguardar las de aquellos que dependen de él. En una sola palabra, tiene que ejercer y ejercitarse en la violencia para conseguir algo. Violenta a los animales, y se los come. Violenta a los otros para que no se queden con el animal. La violencia es un medio de supervivencia.
Pero, con el tiempo, los hombres se encuentran con dos asuntitos. 1. El modelo de subsistencia se aleja cada vez más del ejercicio de la violencia. Ya no es obligatorio cazar, se pueden matar animales que son dóciles, que viven para ser comidos -aunque de todas maneras, usan la violencia para matarlos. Y lo que es peor, a veces ya ni animales come, pura verdura. Los territorios ya no dependen de ellos, sino del Estado, que le expropia la violencia y la usa a discreción. 2. A la mujer ya no le gustó el trato de subsistencia, sea porque al modificarse los modos de subsistencia la balanza de las responsabilidades se cargó a su lado, o porque simplemente le gustaría ejercer esa violencia. El resultado, la separación pragmática de las ocupaciones se ve violentada. Las mujeres modifican el trato, y de paso, restringen al máximo el uso masculino de la violencia.
Pensemos un poco. ¿De qué maneras un hombre logra descargarse de esa necesidad de violencia en nuestros días? Hace de la violencia un deporte. Se golpea con otro por el gusto de golpearse. Corre tras de un objetivo común, y le destroza manos y piernas al contrario en el proceso. Mata algún animal.
No me malentienda, querido lector -o lectora-: No estoy diciendo que golpear a una mujer sea un deporte, y ni siquiera que exista alguna razón para hacerlo. En absoluto. Considero reprobables todas las agresiones, físicas o psicológicas de los hombres hacia las mujeres. Pero considero igual de reprobables las mismas agresiones de las mujeres hacia los hombres. Y sobre todo, considero que no hay que confundirnos.
Mi punto es este. No nos dejemos engañar. Una cosa es no agredir a nuestra pareja, y otra, muy distinta, es dejarnos castrar. Pronto nos prohibirán el box, las luchas, las mentadas de madre en la calle, las entradas rudas en el futbol. Han intentado prohibir la tauromaquia sólo porque no la entienden -y eso que a mí ni me gusta, pero lo respeto.
Termino este accidentado post recordando el final del comercial del instituto de la mujer. Hombres en contra de la violencia. Maricones, que. ¿No que era contra la violencia a la mujer y a los niños? Blue Panther dice que nunca le daría de golpes a una mujer. Pero, y si algún día alguna de las muchas mujeres luchadoras lo retara, ¿Se negaría a hacerle una huracarrana para sobrevivir? Si es así, no me sorprende que haya perdido la mascara. Un poquito de violencia, señoras y señores, que sólo los violentos arrebatarán el reino.
Dos cosas han despertado mi curiosidad en torno al tema. La primera es que desde hace un tiempo circula en la radio -mi referente, ya que no tengo tele- un comercial del instituto de las mujeres, que presenta la gran particularidad de ser hecho -hablado- por hombres. Ciro Gómez Leyva, Pepe Cárdenas, Blue panther -golpes a una mujer, nunca- y otros más que no conozco, hacen una severa recomendación a no ejercer violencia en contra de las mujeres, los niños y las niñas. la segunda es que la semana pasada me entregaron tres cuadernillos de la SEP estatal que enseñan a los profesores a combatir la violencia de género, explicando la diferencia entre género y sexo, golpes y escupitajos, palabras groseras y hechizos de brujos. Excelente, dirá el lector, vamos bien en el camino de la equidad de género, pero lo cierto es que a mí me parece un juego muy perverso, un complot que apunta a minar una de las principales características de la virilidad desde tiempos inmemoriables. Me explico.
Desde la época del ser humano nómada, la división del trabajo a partir del género ha sido una forma sabia y útil de subsistir. El hombre caza, busca la comida y cuida su territorio de los ajenos. La mujer se encarga de procrear y educar a los hijos, cuida el territorio desde adentro. No es machismo, es mera supervivencia. La mujer transmite cultura, sabiduría, traumas y pasiones, y a lo largo del tiempo se le asocia con la tranquilidad, con la búsqueda de ambientes propicios para el descanso y la convivencia. El hombre, dada su responsabilidad, o si se quiere ver de otra manera, su parte del trato, se ve obligado a usar la fuerza, a poner en juego la vida para resguardar las de aquellos que dependen de él. En una sola palabra, tiene que ejercer y ejercitarse en la violencia para conseguir algo. Violenta a los animales, y se los come. Violenta a los otros para que no se queden con el animal. La violencia es un medio de supervivencia.
Pero, con el tiempo, los hombres se encuentran con dos asuntitos. 1. El modelo de subsistencia se aleja cada vez más del ejercicio de la violencia. Ya no es obligatorio cazar, se pueden matar animales que son dóciles, que viven para ser comidos -aunque de todas maneras, usan la violencia para matarlos. Y lo que es peor, a veces ya ni animales come, pura verdura. Los territorios ya no dependen de ellos, sino del Estado, que le expropia la violencia y la usa a discreción. 2. A la mujer ya no le gustó el trato de subsistencia, sea porque al modificarse los modos de subsistencia la balanza de las responsabilidades se cargó a su lado, o porque simplemente le gustaría ejercer esa violencia. El resultado, la separación pragmática de las ocupaciones se ve violentada. Las mujeres modifican el trato, y de paso, restringen al máximo el uso masculino de la violencia.
Pensemos un poco. ¿De qué maneras un hombre logra descargarse de esa necesidad de violencia en nuestros días? Hace de la violencia un deporte. Se golpea con otro por el gusto de golpearse. Corre tras de un objetivo común, y le destroza manos y piernas al contrario en el proceso. Mata algún animal.
No me malentienda, querido lector -o lectora-: No estoy diciendo que golpear a una mujer sea un deporte, y ni siquiera que exista alguna razón para hacerlo. En absoluto. Considero reprobables todas las agresiones, físicas o psicológicas de los hombres hacia las mujeres. Pero considero igual de reprobables las mismas agresiones de las mujeres hacia los hombres. Y sobre todo, considero que no hay que confundirnos.
Mi punto es este. No nos dejemos engañar. Una cosa es no agredir a nuestra pareja, y otra, muy distinta, es dejarnos castrar. Pronto nos prohibirán el box, las luchas, las mentadas de madre en la calle, las entradas rudas en el futbol. Han intentado prohibir la tauromaquia sólo porque no la entienden -y eso que a mí ni me gusta, pero lo respeto.
Termino este accidentado post recordando el final del comercial del instituto de la mujer. Hombres en contra de la violencia. Maricones, que. ¿No que era contra la violencia a la mujer y a los niños? Blue Panther dice que nunca le daría de golpes a una mujer. Pero, y si algún día alguna de las muchas mujeres luchadoras lo retara, ¿Se negaría a hacerle una huracarrana para sobrevivir? Si es así, no me sorprende que haya perdido la mascara. Un poquito de violencia, señoras y señores, que sólo los violentos arrebatarán el reino.
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