La conocí un viernes, como al mediodía, en junio de 2006, luego de varios correos de acercamiento. Fuimos a su oficina, como dos niños de primaria regañados o dos groupies, Enrique y yo, esperando que nos recibiera. Como siempre he hecho desde que sé que existe internet, googleé su nombre y busqué datos de ella, pero salvo unos cuantos artículos, todo era sobre una actriz italiana. Rossana Podestá. Alta, dominante, hablantina, con una nariz grande y una propensión a acercarse demasiado a la cara de su interlocutor, Enrique y yo salimos enamorados de ella. Queríamos que nos asesorara la tesis y nos tomara como sus asistentes o becarios, lo que se pudiera. Desde entonces, y más o menos hasta mediados de 2010, términos como "interculturalidad", "bilingüismo", "representaciones sociales", "antropología polifónica", "educación para todos", entre muchos otros, me fueron familiares. Con ella fui becario, asistente, corrector de estilo, fotógrafo documentalista, secretario, y sobre todo, aprendiz.
Esta semana leí, en el muro de FB de un ex-compañero de la universidad, que murió mi querida maestra Rossana Podestá, a quien, por más que me esforcé por llamarla por su nombre como todo el mundo, siempre le llamé Doctora. Su muerte termina con la larga lucha que sostuvo contra el cáncer. Fue una mujer brillante, apasionada por la educación, intensa, alegre, comprometida y sabia. Gracias a ella pude acercarme a realidades muy distintas a la mía, descubrir la alegría de ser docente y de pensar las aulas en la diferencia, conocer a maestros zapatistas, visitar la sierra negra, pensar mi mestizaje, saber que la academia no es lo mío. Gracias a ella tuve la posibilidad de ilusionarme con proyectos casi imposibles, recibir apoyos económicos por mi trabajo académico y tener algo en qué pensar durante una de las peores temporadas de mi vida.
Agradecido con su paciencia y su pasión, pongo para honrarla al menos un poquito, una de las pocas fotografías que he podido rescatar, de cuando visitamos Jonotla para una conferencia. Descansa en paz, querida Rossana.
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