viernes, 7 de septiembre de 2012

Slavoj Žižek, o del stand-up comedy revolucionario como referencia de ocasión

Una de las cosas bonitas de estudiar y/o dedicarse a la literatura –además de la incertidumbre en el plan de vida, los trabajos mal pagados y las abuelas que te exigen tener un trabajo con seguro social– es que, no importa cuán importante sea un escritor o cuánto te insistan en que "debes" leerlo, siempre tienes la opción de no hacerlo, siempre puedes leer algo más. Si lo pensamos bien, y a riesgo de sonar anti-hispanista, hay suficientes obras literarias en el mundo como para nunca leer a Cervantes, Manrique o Espronceda y no sentirse mal por ello. Sí, son parte fundamental de nuestro canon y sí, nos estaríamos perdiendo de mucho –aunque con Espronceda tendría mis dudas–, pero ¿no nos perdemos igualmente de mucho al no leer a Ibn al-Rumi, Bashoo o Tecayehuátzin? De cualquier manera, no creo que alguien se atrevería a recriminarle a un especialista en poesía senegalesa, palestina o vietnamita no conocer, digamos, a Juan de Dios Peza –aunque quién no conoce a Juan de Dios Peza–, básicamente porque se ha dedicado a estudiar otras cosas.
Sin embargo, y como ya hemos mencionado anteriormente, el conocimiento es poder simbólico (cfr. apartado 3.3 de consejos para un guerrillero inexperto), y este poder simbólico varía dependiendo de diferentes elementos, algunos de ellos verdaderamente risibles, reflejo de nuestros traumas y subjetividades. Presumir que uno lee en coreano no tiene el mismo prestigio que leer en francés, aun cuando la literatura coreana –que desconozco profundamente– esté viviendo un gran momento y la francesa esté estancada. Ante esta dificultad, y con miras a sortear el bocabajeo del compañero de trabajo, hemos podido desarrollar una herramienta utilísima, explotada hasta el cansancio según he observado en aulas de la facultad, en conversaciones de fiesta y en artículos y ensayos: uno siempre puede hablar de oídas, salir del atoyadero intelectual repitiendo lo que otros nos han contado o, aun mejor, lo que podemos googlear y ver en youtube. Así, mágicamente nos encontramos ante la posibilidad de opinar de prácticamente todo. Basta con un poquito de información por aquí, la opinión de un profesor por allá, la querida wikipedia para confirmar y ¡listo! Podremos hacer artículos de opinión política, ensayos sobre arte contemporáneo o el bosón de Higgs y hasta una tesis sobre poesía mística –espero– si es necesario.
Todo esto, para justificar que tengo ganas de hablar un poquito de un filósofo que, aunque nunca he leído –ja, ja–, encuentro interesante: Slavoj Žižek, uno de los intelectuales más mediáticos en lo que va de este siglo, si no me equivoco. Seguramente usted ha visto por lo menos alguna referencia a sus opiniones en los perfiles del feisbuc de amigos, algún link en páginas de filosofía revolucionaria/new-age de ocasión –de esas que nos entretienen en twitter, como pijama surf– o ya de a tiro las noticias de su supuesta relación con lady gaga. No descubrimos el hilo negro al decir que es uno de los pensadores de moda, y me aventuraría a decir que 8 de cada 10 jóvenes pensadores de la revolución anti-capitalista –real o fingida/académica, da lo mismo– lo citan. 
Sin embargo, es muy gracioso darse cuenta de que muchas de esas citas son, por encima de sus libros, de las conferencias, charlas y entrevistas. El señor, debemos reconocerlo, es un campeón de la resistencia, y según puedo ver es una persona crítica de los críticos, lo cual siempre se agradece. Si usted tiene ganas de chutarse el siguiente video, se dará cuenta de que terminará hasta un poquito inspirado a la rebeldía, a la resistencia contra el capitalismo, y hasta a la crítica de las actitudes críticas:


El problema fundamental es que, ahora mismo, nos construimos casi sin querer una opinión de "intelectuales" con tan sólo un video y algunas referencias mediáticas, y eso no es suficiente. Debería hasta avergonzarnos, sentir como personas normales, divertimento por la predicación casi cristiana. A pesar de todo, la capacidad de Žižek para compartir lo que sabe es maravillosa –doble logro, lo hace en una L2–, y nos hace sentir un poco avergonzados por descubrir nuestra veneración en la personalidad de un intelectual más que en su propia obra.
Al final, lo mejor es reconocer que en todos lados se cuecen habas, y que también en los ámbitos intelectualoides tenemos nuestros predicadores, nuestros actores maravillosos y convincentes, nuestros comediantes de sillita que nos desternillan de la risa. Podemos ponernos puristas y exigir que se valore la obra y no al autores pero, sinceramente, ¿qué autor o filósofo no disfrutaría al menos un poquito de la fama que este señor tiene?. Y sobre todo, ¿a poco no siente por lo menos un poquito de ganas de leer algo de Žižek? Tal vez, y sólo tal vez, el oficio de escritor, el oficio de intelectual, debería considerar incluir un poco de formación teatral, y dominar la stand-up comedy para esos momentos incómodos a solas frente al público.

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