jueves, 4 de octubre de 2012

reivindicación del miedo, seguido de una introducción al cuaderno de las especulaciones

Llegué al DF el 27 de septiembre -día de la consumación de la Independencia de México; ¿sincronicidad?- para comenzar mi año como becario de Poesía en la Fundación para las Letras Mexicanas y, aunque han pasado cosas extrañas, abrumadoras y hasta feas -encuentros cercanos con excreciones de animales varios, misteriosos movimientos en mi cuenta de banco, falta de colchón, tos de perro y en general, falta de dinero- me siento, sobre todo y en la más amplia de las acepciones, emocionado. Emocionado porque tengo un montón de emociones a flor de piel, emociones que creo que nunca antes había sentido -como el sobrecogimiento de tener que cargar sobre tu espalda una tarjeta de crédito para gastos necesarios o la alegre incertidumbre de plantarle cara a una ciudad con 20 millones de habitantes- y otras más que reconozco familiares y que hoy más que nunca quisiera que me desbordaran para y jugar con ellas en el patio del papel y la pluma -aunque se oiga cursi, es cierto, pues-.
Es extraño estar en una casa en la que lo único que te piden -talleres más, actividades de socialité literario menos- es escribir. Pensar en escribir, escribir, leer, leer sobre escribir, escribir sobre escribir, leer lo que escribes, leer a otros para escribir más, enseñarle lo escrito a otros. Estar solo en frente a un escritorio que por un año será tuyo y al que le tienes que confiar toda tu vida. Escuchar a lo lejos las teclas de una computadora, y luego otras y otras, y pensar que tú deberías hacer lo mismo pero a ti sólo se te ocurre pensar en lo que te da miedo de estar aquí. Es extraño no saber qué está pasando con tus amigos, con tu familia, con la gente que quieres y que espera que hagas un gran trabajo sin saber exactamente cómo ni por qué. Sólo saben que tienes que hacer un buen trabajo.
Pero ¿y si no? ¿Y si todos los poemas medianamente decentes que escribiste hace ya mucho tiempo -cuando eras el azote andando y aunque con mucho miedo, te atrevías a todo- fueron lo único bueno que habrás de escribir, si a cada ser humano le han sido dadas unas cuantas palabras y tú ya te las acabaste todas en tuiter y en el blog y ahora que te toca escribir de a de veras sólo puedes estar sentado, con los pies sobre el escritorio, haciendo como que lees un libro de poemas de G.M. Hopkins mientras piensas en todo el tiempo que has pasado sin escribir un poema de veras bueno? Aunque duele un poquito, pienso que no debo estar muy equivocado al hacerme estas preguntas. Que no está tan mal. Después de todo, no hay nada más vergonzoso que leer a alguien que se siente muy seguro de su trabajo, que avanza por el texto con la certeza de lo que encontrará al final y que, de hecho, lo encuentra: fuegos artificiales como grito de independencia, en lugar de granadas dulces y metralla de alegría por el descubrimiento de algo nuevo, de un ser vivo de palabras que es el poema.
De veras no sé si lo que escriba aquí serán buenos poemas. Quisiera que sí. Quisiera que un día, mientras escribo otra entrada en este blog, revise mi memoria usb y vea poemas que me parezcan que no son míos y que me sorprendan, y me siga dando mucho miedo la posibilidad latente de no volver a hacer uno de esos. Y que me alegre tanto, como ahora, por sentir este miedo que casi paraliza. Casi.


***

Estar solo hace que, inevitablemente, uno termine pensando cosas que no son. Cosas feas de veras. Cosas que ni siquiera deberías pensar pero que no te dejan, que te quitan el tiempo y hacen que te deprimas, que no tengas sueño, que no quieras trabajar. Por eso, y también un poco para burlarme de mí mismo, he decidido crear mi "cuaderno de las especulaciones" en la que anotaré como ciertas, todas las cosas que me dan miedo, que me hacen sentir mal, que sospecho y que usualmente terminan por no ser ciertas y darme risa, o bien por ser verdad y que la risa sea doble. Acá algunas muestras breves:


Clonaron mi tarjeta. Entraron a mi cuarto a media noche y no dejaron nada más que el cambio, algunos papeles arrugados y todo el miedo o algo que no se bien qué es pero que ya no me deja. O tal vez en el súper descubrieron que no soy de aquí y que voy llegando, mientras acomodaba las latas de atún y las bolsas de fusilli en la bolsa de tela para camuflarme en la colonia ecofriendly por la que tengo que pasar. Reprodujeron casi exactamente no ya mi firma o mi tarjeta sino a mí mismo, completamente, y hay una versión de mí rondando en la condesa, comiendo y bebiendo en los lugares caros a los que yo ni me asomo porque, de la nada, el dinero está desapareciendo de mi cuenta.

[...]

Hay un poema cerca. Muy cerca. Y me está esperando.

[...]

Hoy llegó a la casa Norma, la señora que hace la limpieza. Cuando nos presentaron preguntó por Alberto, el anterior inquilino. Cuando le dijeron que ya se había ido, una pequeña sombra recorrió sus ojos por menos de un segundo. Luego se puso los guantes verdes y, en silencio, limpió el que antes fue su cuarto.

[...]

Escribo esto para dejar constancia. Saldré hoy en la noche, 4 de octubre 2012, de la Fundación para las Letras Mexicanas, y me encontraré a Antonio* al doblar la esquina. Me abordará en la calle y tratará de provocarme. Yo correré pero me jalará del suéter, para lanzar después un tajo de su cuchillo viejo -el mismo de esa anécdota con la que nos reíamos nerviosos- atinando a mi garganta. Moriré ahí, desangrado en la esquina de Liverpool y Dinamarca, apenas becario por una semana y sin siquiera haber cobrado el primer mes todavía.

*Donde se lee Antonio lo mismo se podría leer Pedro, Juan o Eleuterio. No se juzgue a nadie.

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