Este post representa un pequeño esbozo por poner orden en las múltiples notas de campo que a lo largo de los años he ido recolectando en torno al razonamiento femenino. Obviamente, el texto no pretende utilizar un tono imperativo ni generalizante, sino presentar al/a lector/a interesado/a, una muy parcial y personal –tal vez sólo por eso valiosa– perspectiva del tema que nos motiva.
1. De los comportamientos en el camión. Resulta interesante darse cuenta de que existe un patrón más o menos generalizado en torno al comportamiento de las mujeres –poblanas por lo menos– que abordan una unidad de transporte colectivo, y que este patrón tiene su cresta de frecuencia en las mujeres de entre 40 y 65 años de edad. A continuación la descripción somera de dicho comportamiento, levantado y confirmado en diversas etnografías del viaje –una disciplina anti-antropológica que espera ser descubierta pronto– realizadas entre el año 2000 y el primer semestre del 2009.
Descripción. El individuo "m" aborda el transporte público, cargada de por lo menos 3 bolsas y/o 2 hijos de entre 6 y 10 años. A pesar de la ya muy conocida y alabada agresividad al volante por parte de la mayoría de los conductores de dichos transportes, el individuo "m" prefiere siempre esperar hasta estar dentro del transporte para sacar el dinero con el que pagará el viaje. Así, tomará entre el vaivén del arranque, todas las monedas de cincuenta centavos y un peso que trae en su bolsa, sin moverse del lado del conductor, bloqueando el paso a los que subieron después y golpeándolos con sus paquetes.
Después de pagar, el individuo "m" levanta la vista, y pese a que la unidad se encuentra casi vacía, decidirá ocupar el primer asiento de atrás para adelante, colocando sus bolsas en el pasillo. En caso de que los primeros asientos se encuentren parcialmente ocupados –recordemos que la mayoría de los microbuses ordenan sus asientos por pares, y la mayoría de los poblanos prefieren sentarse del lado del pasillo para evitar que alguien más se siente junto– el individuo "m" pedirá el paso para el asiento desocupado, aún a pesar de existir otros asientos libres más atrás. Cualquier intento por razonar con el individuo "m" para que ocupe los asientos posteriores será en vano. Cuando "m" decide sentarse en un lugar, no hay bolsa, hijo o viajero que lo impida.
Una variante de la acción descrita es proporcionada por "m" cuando al abordar y mientras junta sus moneditas para pagar, suelta a su hijo –generalmente estudiante de kinder–, quien corre a sentarse, con toda la sabiduría y sentido común que brinda la infancia, en los asientos de atrás. Acto seguido, "m" volteará y fulminará con la mirada al hijo o hija en cuestión, y de mala gana, recorrerá el largo, larguísimo pasillo hasta llegar al final. Entonces, con un coraje inexplicable, "m" regañará al hijo o hija en cuestión, diciéndole que no debe ocupar esos asientos, que son malos, que ya ni la muela, etcétera. El regaño puede, aunque este blog no lo aprueba, verse acompañado de algún tipo de maltrato físico, siendo preferido el pellizco de hormiga.
Interpretación: Al parecer, con la edad y otros factores que nos son desconocidos, las mujeres pueden sufrir una especie de claustrobusofobia –a falta de mejor término–, que consiste en un temor a quedarse encerradas en medio de un autobús repleto de personas y a no poder deshacer sus acciones –en este caso, salir precisamente por donde entraron y no por donde dice SALIDA. Además, algunos expertos consideran que existe una tendencia a polarizar exageradamente dicotomías del tipo dentro-fuera, luz-sombra, bien-mal, hombre-mujer, adelante-atrás. Se dice, entonces, que por esta tendencia las mujeres en cuestión –gran construcción esa de … en cuestión– suelen relacionar los asientos traseros con los delincuentes, criminales, asesinos seriales, promiscuos, y en general, hombres. Hombres malos, sentados en la oscuridad de atrás.
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