viernes, 10 de julio de 2009

Juegos de la lluvia, o lo que pasa en Xalapa cuando está nublado (parte 2)

[como siempre, púchele al play si desea escuchar música mientras lee. Al igual que Pelé, Yo lo haría]


Juego #2. Ahora, el juego se llama purga. Y aunque purga es definitivamente una palabra fea, un escupitajo en los oídos, un garganta de gato, resulta ser también una palabra útil, insustituible, que lo mismo significa la mezcla de ingredientes cuasi-medicinales para soltar el estómago, que el cumplimiento de una condena. Purga. Tengo muchas cosas que purgar, pero ahora pienso especialmente en una, una que hasta ahora nadie sabe. Es decir, en su tiempo lo supieron mis papás, pero no creo que se acuerden. A mí me marcó por completo, delimitó, sin exagerar, mi manera de ver el mundo y a las mujeres, de relacionarme con la gente. Quién sabe, tal vez los sicólogos, por una vez tengan razón en eso de que los acontecimientos de la infancia nos definen.
Así que 1991. Año de la guerra del golfo pérsico. Año en que le quitaron tres ceros al peso mexicano. Para mí, el año en que por primera vez me regresé caminando solo a la casa, en el que fui a comprar solo una cocacola, año de dos escuelas porque comencé primero de primaria en Xalapa y al mes nos mudamos a Puebla. Y sobre todo, año de las niñas para mí. Obvio ya sabía que las niñas eran niñas, había convivido con niñas de muchas edades, y hasta me había sentido "enamorado" de una niña en el kinder. Ana, se llamaba, y recuerdo que una vez salimos de charro y adelita en la ceremonia de lunes, y que a la hora del almuerzo -así le decían- nos sentabamos juntos. Siempre juntos.
Pero las niñas de la nueva escuela, la de Puebla, eran diferentes. Eran más altas, más bonitas y -al menos eso me parecía entonces- más refinadas. No eran todas, era un grupito de 4 o 5 niñas, entre las que estaba mi vecina -tormento de muchos días. Eran inteligentes y limpias, y aunque daban la impresión de ser elitistas, siempre me trataban bien a pesar de que yo era un niño sucio, latoso, distraído. A veces la mamá de mi vecina nos recogía de la escuela a sus hijos y a mí en una jeep wagoner maravillosa, que hacía juego con nuestra ford Fairmont porque tenían la misma franja como de madera a lo largo del coche. A veces las 5 niñas que me gustaban se iban con nosotros, y esos días me parecían simplemente maravillosos. De entre esas niñas, por no sé qué azares, escogí a una. Una cuyo nombre empieza con la letra D, y que tiene una hermana que ya me agregó en feisbuc. D era la niña de la que me enamoré en primero de primaria.
Tres son los sucesos importantes que la involucran. El primero, sentado en una de las bancas dobles para niños -que compartes con alguien-, le conté a mi amigo Omar -del que no sé nada ahora, pero recuerdo sus apellidos, ja-, tras mucha insistencia de su parte, que me gustaba D. Él, que estaba enamorado de Raquel -mi vecina- y aprovechaba cada momento para gritarlo, pensó que era buena idea gritar que a mí me gustaba D. Recuerdo que nunca me había enojado tanto. No sé si lo golpeé o sólo le dejé de hablar, pero Omar nunca volvió a decir nada de D. Es decir, seguimos platicando de ella, le seguí contando, pero nunca se reveló el secreto.
El segundo suceso ocurrió en casa de D, la niña que me gustaba. Creo que era su cumpleaños, así que invitó a sus amigas y curiosamente sólo invitó a dos niños. Beto y yo. No recuerdo eso, pero supongo que jugamos a lo que los niños y niñas juegan -confieso que siempre me gustó lo mismo jugar a la casita o a los GI Joes en casa de Érik, era versátil desde niño-, comimos hotdogs o hamburguesas y pastel. Lo que sí recuerdo es que estaban de moda unos juguetes que pepsi había sacado por la película de batman -en la que Danny DeVitto es el pingüino. En algún momento, ella, D, me mostró que tenía la colección completa, y para demostrarme que sí brillaban en la oscuridad, me metió en un closet. Cerró la puerta y me preguntó si se veía. Mi corazón no me cabía en el pecho, y, tan chico y todo, supe que estaba enamorado de ella. Entonces D decidió meterse conmigo al closet. Tomó dos juguetes -mi preferido era el pingüino amarillo-, me empujó un poco y cerró la puerta. Nos quedamos ahí, a oscuras, ella y yo, durante unos minutos. Yo sólo intentaba buscar referencias y recomendaciones en lo que hasta entonces sabía de mujeres, es decir, lo que había visto en la tele, y obviamente sabía que debía besarla, pero no me atreví. Salimos del closet -jeje, demasiado jóvenes-, y a partir de entonces no recuerdo mucho más de ella. Al siguiente año se cambió de escuela -creo que al Madero, y creo que fue compañera de quique- y a los dos años yo me cambié de escuela y de ciudad. Nunca supe nada más de ella.
Tercer y más importante suceso. Ese día regresé a mi casa, enamoradísimo como creo que nunca volveré a estarlo, e hice un dibujo. La dibujé a ella, o al menos como imaginaba que sería unos veinte años después, desnuda, y me dibujé con ella -obvio, también desnudo, para no desentonar. Debajo de mis monos, puse mi nombre y el de ella. Luego hice la cosa más estúpida que haya hecho, al menos hasta los 15 años. Hice bola mi dibujo y lo lancé a la parte de arriba de mi librero, donde supuse que nadie lo vería. Y así fue por un tiempo, tal vez unos meses. Nadie vio mi dibujo y probablemente hasta se me olvidó que lo había tirado ahí. Hasta que un día mi mamá lo encontró.
Ese mismo día, después de haber comido, mi papá me llamó con ese tono de regaño que hoy conozco taaan bien. Me llamó a la sala, en donde esperaba sentado junto con mi mamá. Yo, sin la menor advertencia, me acerqué expectante. Mi papá sacó de su bolsa una bola de papel, y mientras la extendía, me preguntó qué era eso. Qué es esto? Vi mi dibujo y comencé a llorar. No recuerdo qué dijeron mi papá y mi mamá, no les puse la menor atención. Sólo sé que estaban muy enojados, y yo seguía llorando, amargamente, en silencio, descubierto, avergonzado. Desde entonces mis papás nunca volvieron a saber de las chicas que me gustan. Desde entonces no dibujo a nadie que me guste, y mucho menos desnuda.

2 comentarios:

Areli dijo...

guauuu!!!
Yo no podría publicar algo así! Daniel cerró sus ojitos cuando llegamos a la parte de clóset (y en ese momento pensó en los besos infernales de su amada Gaby, sha la la la la...)
Yo me enamoré en sexto del novio de mi mejor amiga. Y allí fue donde se jodió todo...

Ireneo Morris dijo...

oye es un post bastante extraño: hay comedia, romance y... encuerados, todo en la vida de un moquito de primero de primaria!!

la neta sí cerré mis ojitos, y preferí pensar en que tu designación como charro en la escuelita no fue accidental: seguro eras el único niño con bigote y te parecías a josé ángel "el cuervo". por lo demás, maldito freud, le has dado la razón.

pd: ay nanita