viernes, 10 de julio de 2009

Juegos de la lluvia, o lo que pasa en Xalapa cuando está nublado (parte 1)

No es una sorpresa. Los diferentes sucesos de la así llamada "vida" -incluyendo la muerte- nos pasan generalmente sin pena ni gloria, y cuando intentamos reaccionar, parece que es demasiado tarde. Lo pienso ahora, que estoy en casa y afuera llueve, llueve desde la mañana y según parece lloverá hasta la madrugada. No me entristece ni me emociona. Simplemente me percato. Simplemente llueve.
Ahora que lo pienso, parece inevitable hacer referencia al eterno relatito de Monterroso, aunque también parece que su versión, a pesar de lo breve y sublime -cosas que casi siempre van de la mano- falló un poquito en la historia. Intento, a manera de "juego de la lluvia", mi propia versión. Por supuesto, mucho menos breve.
Y cuando despertó... el dinosaurio ya no estaba ahí, había conocido a una dinosauria muy mona hace ya algún tiempo, y tras unos meses de cortejo se volvieron pareja, pasaron mucho tiempo juntos, viajaron por el mundo también juntos y, un día nublado en el que no pudieron salir del hotel en todo el día para turistear -imagino a ambos dinosaurios en un hotel de cuarta en Praga o Krakovia-, se dieron cuenta de que no querían vivir el uno sin la otra y visceversa por el resto de sus vidas. Así que se mudaron juntos, juntaron sus muebles y rentaron un departamento juntos, fueron al súper juntos cada semana. Tuvieron hijos dinosaurios o no, vivieron cosas difíciles, cosas bonitas, cosas memorables. Amanecieron abrazados muchas veces, amanecieron solos algunas otras. Desayunaron juntos, bebieron café, cerveza, tristeza, siempre juntos. Hasta que el dinosaurio despertó, un día de esos, y se dio cuenta de todo. Hasta que en otro día de lluvia, trato de hacer memoria, de repasar todo lo que había vivido, lo que había cambiado, lo que se había perdido en la contemplación de la felicidad. Cambió él, cambió ella, cambió la ciudad de dinosaurios en la que ambos vivían. Se dio cuenta de todos los dinosaurios que había sido; primero un dinosaurio altivo, de piel verde envidiable y dientes afilados. Luego, un dinosaurio de manada, un poco vulgar pero feroz al fin y al cabo. Después, la lenta pero infalible domesticación, la memoria elástica, las buenas costumbres. Ahora se daba cuenta de todo, y ya sin orgullo, pero sin la necesidad de hacer un drama al respecto, el dinosaurio tratará de estar ahí. De seguir ahí.

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