Es la noche y yo no tengo ganas de dormir. Generalmente estas horas las ocupo para buscar música nueva y descargarla, para chatear con alguien –especialmente si es/era sábado– o bien, para leer y avanzar algo de la tesis. Pero hoy nada de eso funciona. Nada nuevo, nada bueno para descargar; nadie conectado, nada de ganas para la tesis. Así que entro a mi cuenta de Flickr, que usaba solamente a manera de host de mis fotos hasta que llegó el bendito feisbuc. La cuenta está prácticamente abandonada. Entro a Flickr y decido depurar las fotos que están ahí, sacar lo que ya no es necesario, lo que uno no quisiera guardar. Me doy cuenta que tengo una carpeta con tu nombre, y recuerdo que ahí puse las fotos –muchas fotos– que te saqué. Siempre te sacaba fotos, tal vez porque siempre había una cámara a la mano, o porque me inspirabas a sacarte fotos. Siempre sales bien, con una sonrisa enorme, que contagia, que todavía ahora, después de lo triste, lo patético, lo inevitable, me hace sonreír contigo, la de la foto, la que me impresionó desde el primer día de conocernos.
Pienso en un tema misteriosamente actual. Superar a alguien, olvidarlo. Pienso que, pese a lo que siempre he querido aparentar, me cuesta muchísimo superar, olvidar. Como se ha podido constatar en los juegos de la lluvia, no olvido. Sigo intentando olvidar a la niña de 6 años de la que me enamoré, a la de 10, a la de 13, de 15 y 16, a la de 17, de 19, de 22 y 23, cercanas pero diferentes. Ninguna se va. Parecen esconderse todas, pero siempre regresan cuando menos se les necesita. Cuando más duele darse cuenta de que uno es todas las niñas, todas las mujeres, todas las mañanas que pasamos juntos, y las que no también. Pensándolo bien, nunca he querido superar a nadie, olvidar a nadie. Tal vez si, digamos, V que me marcó los 19, apareciera un día, sentiría hormigas en la frente y palomillas –porque ciertamente nunca fueron mariposas– en el estómago. Sí, no me duraría mucho la emoción, y probablemente hasta terminaría siendo muy grosero, pero en el fondo seguiría igual de enamorado.
Iba a borrar las fotos, pero prefiero que se queden ahí. Nadie más que yo las verá, y yo no quiero volver a verlas hasta dentro de mucho. Porque tampoco olvido lo malo, lo feo, lo triste. Porque sigo creyendo que hay que sacar a punta de poemas a las mujeres, o al menos mantenerlas alejadas con ellos como antorchas – que el poema sea incendio– para así poder seguir sin tantos remordimientos. Y sin tantas fotos.
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