sábado, 20 de junio de 2009

Hígados reptantes, o por fin la crónica del gol


Ya tiene tiempo que no posteo, y es que por una u otra razón esta semana ha sido de ocupaciones varias y pocas muy pocas oportunidades de sentarse frente a la internet. Es decir, limpié mi casa, vi a mi directora de tesis, celebré con Renato y Luis la próxima titulación, y sobre todo, jugué futbol. El martes, en el último partido de la temporada -a la que no llegamos desde el principio, y por eso no calificaremos-, y el jueves, en las clásicas retas contra los de Filosofía -aunque dice D que en realidad estudian educación física- que hacía mucho tiempo que no visitaba. Este post es para relatar no solamente el triunfo, el mejor partido que hemos jugado, sino también el que probablemente sea el mejor gol de mi carrera llanera.
El equipo contrario era bueno. Puros chamacos, flacos y esbeltos, con piernas y cambios de sobra y un entrenador gruñón. Nosotros, viejos panzones prematuros, sin condición física ni gran talento. Comenzamos ganando con gol de chacho, pero inmediatamente nos empataron. El partido estaba trabado, y por más que nos esforzábamos, no lográbamos competir con ellos en velocidad, así que empezamos a utilizar nuestra patentada técnica, el necaxeo. Además, comenzamos a suavizarlos. Yo, que entré de cambio en el primer tiempo, identifiqué al que nos hacía más daño -un chamaquito de menos de veinte, flaco y alto, con afro-, y le pegué. Primero una patada a destiempo cuando me robó el balón, luego un pisotón, un codazo, otra patada. Al final, ya no se me acercó. Nos fuimos al medio tiempo empatados en tres. Ahí sacamos la foto, la nueva oficial de los hígados reptantes. Y ahí también llegó chuchín, que con tanta experiencia en el llano vino a poner orden en la media cancha. Sin embargo, el gol no entraba. De nuevo me quedé en la banca, y al ver que un veterano del equipo contrario se traía de encargo al chacho, entré por él. Jugué como centro delantero, y en el primer remate que tuve, en lugar de pegarle con la cabeza, traté de bajarla con el pecho, así que me sacaron el balón. Sin embargo, el peruano la recogió y tiró un derechazo que puso 4 a 3 el marcador.
Después, el gran momento. Saque de portería, el cuchara sale tocando en corto con Viernes Mujica, que pasa a alí calderón haciendo la pared. Luego, el mismo viernes mujica proyecta al Charly, que llega al fondo de nuestra cancha cuadrada, y pone un centro como con la mano. Yo, en los linderos del área -delimitada por cuatro conitos naranjas- intento pensar la mejor manera de rematar. Junto los brazos, aprieto los dientes y hago contacto con el balón. El remate se instala, suavecito, en el ángulo superior izquierdo de la portería contraria. Nunca había metido un gol que se celebrara tanto. Todos corrieron hacia mí, y como en la tele, me brincaron encima. Yo, que no celebro los goles, no supe qué hacer. Y bueno, me crecí en el partido, gambeteando, pasando, presionando desde arriba. Entró chacho y metió otro gol, también de cabeza. Lo más maravilloso es que, a diferencia de otros partidos, no terminé cansado, y lo curioso es que no supe cómo contestar a los elogios. Schuster, Bierhoff, golazo al más puro estilo del zorro del desierto en sus mejores años. Qué importa si no avanzo en la tesis, si no tengo trabajo, ni novia, ni futuro real, si anoté un golazo y soy parte del muy honorable y dueño de una gran tradicion equipo de la zapata, los Hígados Reptantes.

1 comentario:

Cáustico dijo...

Excelso, versallesco, que digo... ¡una tragedia griega sería menos pasional que éste relato! ¡Felicidades Samuel!