Siempre he sido lo suficientemente honesto como para reconocer que soy un mal jugador de futbol. No me engaño; no soy gambetero, no corro mucho y soy pésimo para rematar con la cabeza. Juego de central o de contensión y parece ser que mi mejor virtud futbolística es la consistencia. Me gusta ir siempre, y generalmente termino solo, porque el equipo deja de ir. Sin embargo, hay días en los que juego bien. Días en los que el hartazgo acumulado, los entripados del trabajo, y las ganas, se ponen de acuerdo y me hacen jugar decentemente. En esos días, salgo jugando con clase, conduzco y paso el balón sin errores. Días en los que el puerta y yo nos entendemos, mi compañero defensa hace los recorridos, los medios apoyan y los delanteros meten goles. Días de gloria, pues.
Pero hay otros días en los que mi equipo no es el mismo. Días, como ayer, en los que llega gente a la que no conozco, que dice jugar mejor y que por lo tanto no me deja jugar. No es que me digan que no, pero son esas personas que ven que te equivocas una vez y ya no te vuelven a pasar, pero si ellos se equivocan no pasa nada. Creo que prefiero jugar con mi equipo de siempre, el que cuando me equivoco me dice que me ponga al tiro y nada más, pero que me hace jugar mejor, que me dejan gritarles y ordenarles en el campo, porque con ellos, a diferencia del equipo con el que me tocó jugar ayer, no empatan 6-6, sino ganan, ganamos, o perdemos, pero todos jugamos.
No me quejo, nada más espero que me adapte pronto. Además, la noche no estuvo del todo mal, porque descubrí mi forma de desquite: un guerito pipope con playera del real mandril -carajo- y el número de cicinho. El muchachito estaba bien entrado en el partido, y yo, afuera, los ordenaba como suelo hacer. De pronto, lo mejor. --Muévete güero, toca, toca... Me salió lo barrio, y el güero dejó ver su molestia. Yo seguí gritando todo el partido, viendo cómo el güero se molestaba cada vez más --se llama jorge, weeey. No me hacían caso, pero no importaba.El desquite valió la pena.
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