viernes, 17 de octubre de 2008

y sigue la mata dando

Ya que se acabe. Cuando nuestro amigo Antonio Escobar toma cartas en el asunto, todos debemos entender que es signo de cerrar el changarro, de dejarlo por la paz y hacer otras cosas. Sé que si llegara a este mi no humilde blog, se enojaría mucho, pero ya nos vamos acostumbrando. Fue divertido, o como reza el adaggio, esto dura hasta que dura dura. Y así, nomás no.

Antonio Escobar
on Oct 16th, 2008 at 4:43 pm

Me parece que Aguinaga no entiende, a pesar de ser académico (o eso parece), que hay textos donde se ultiliza la pluralidad para conjeturar la individualidad. Supongo que has dirigido y fungido como sinodal de varias tesis (aun tan sólo de licenciatura), y cuando tus asesorados, o tu víctima en caso de ser sinodal, escriben: “En esta tesis nos referimos… o en este trabajo halaremos de la relación… etc”, se refieren obviamente a una pluridad enunciativa que es necesaria para la comprensión del texto, aunque de antemano sabemos que fue él, y sólo él, quien escribió su tesis, porque un asesor, simplemente comenta, suguiere… Pero esa estructura enunciva es necesaria para que el lector entienda que el autor está sosteninedo un diálogo con otros autores, una secuencialidad con los autores referidos… Esta dialogización intrínseca no se tiene que explicar (como Anaya quien no la tuvo que explicar), si tus limitantes interpretativas socio-culturales, y hasta académicas no te lo permiten, pues allá tú, y pobres de tus alumnos… Supongo en todo caso que el nivel de cualquier universidad pública del país es pedestre, con decepción ahora me doy cuenta que en Guadalajara también.
Un saludo a José Vicente Anaya, me gustó mucho el texto.


Luis Vicente de Aguinaga
on Oct 16th, 2008 at 10:18 pm

Saludos, José Vicente. Quiero creer que platicaremos en paz en otra ocasión. De aquí mejor me voy porque ya están cayéndome demasiados cocolazos. La intervención de Antonio Escobar, por ejemplo, me deja un tanto confundido: ¿es realmente necesario hablar de una “pluralidad enunciativa” (¡llégale!), de una “estructura enunciva” (¡órale!) y de “una dialogación intrínseca” (¡sobres!) para explicarme lo que nuestro humilde idioma ya tiene registrado y catalogado como plural de modestia (que no hay que confundir con el de majestad o mayestático)? No nos engañemos: tesis no sólo las he redactado y sustentado, de grado y posgrado, sino que también las he dirigido y evaluado. Eso no tengo por qué ostentarlo ni viene al caso traerlo a cuento, precisamente porque Anaya no hace aspavientos de académico ni merece que lo juzguen como tal. Si yo soy académico es una cosa; si todo lo quiero juzgar como académico, ya es otra. ¿O estoy regando el tepache nuevamente?

Insisto en dos puntos nada más:

1) La crónica de Anaya, en contra de la cual yo no he dicho ni pío, se vale del “nosotros” en dos registros: el de la narración actual (nos referiremos a, citaremos a, recordaremos a) y el de los hechos pasados que se narran (fuimos a, llegamos hasta, oímos la canción de, leímos el poema de). No existen tesis que recurran a la primera persona de singular en ambos niveles; por lo tanto, no hay tampoco razones para suponer que la estrategia retórica de Anaya es de orden académico. Y menos mal que así sea.

2) Para referirse a un hecho no es indispensable haberlo protagonizado ni haber estado ahí. En mi caso particular, no es legítimo reprocharme que no haya vivido los acontecimientos del 68. Yo nací tres años después. Lo que sé del 68 lo sé porque afortunadamente pertenezco a una especie biológica (¡esto no me lo vayan a negar, por favor!) que fundamenta gran parte de su conocimiento del mundo y muchas de sus expectativas en la verbalización de la memoria y de la conciencia histórica y en la transmisión de creencias e ideas de generación en generación. Y ahora me pregunto: esto que digo, ¿ahora sí ya está “clarísimo”?

Perdonen las molestias; yo nada más estaba leyendo un artículo. Una cosa es polemizar, o sea discutir, y otra es querer arrancarle al interlocutor la cabeza para reducirla y exponerla por simple placer jíbaro. Me quedo con lo primero.

Van muchos apretones de manos de Luis Vicente.

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