El otro tema en el que llegué a pensar mientras pedaleaba por las Cholulas, fue mi carácter amateur aún en la bicicleta. Aunque poco a poco he mejorado, todavía me falta mucho para poder lograr andar de la misma manera que los ciclistas de Cholula. Cuando yo siento que voy muy rápido (con el viento de frente, haciéndolo todo más drástico, entreabriendo los dedos para que pase el aire y levantando la cabeza como desafiando al viento) algún otro ciclista me rebasa, fácilmente. O mejor, me he dado cuenta de que no puedo andar en bici y soltarme por completo del manubrio. Pedalear duro y dejar que la bicicleta vaya sola, que no se mueva de su trayectoria, sino que siga exactamente donde debe. He de decir que lo intenté un par de veces. La primera, logré soltarme sólo un segundo, y me dio miedo. Después, ya rumbo de la casa, pedaleé con todas mis fuerzas y me solté, aproximadamente, por tres segundos. El resultado, el manubrio se desequilibró totalmente y tuve que frenar, con mucho miedo a caerme. Humillado, seguí pedaleando a casa, con las dos manos fijas en el manubrio. Llego a casa, dejo la bici, y salgo a comprar una cajita de leche. Frente a mí pasa una niña en bicicleta, que a lo largo de la calle viene sin usar las manos, pedaleando erguida, y mirando a todos lados, como presumiendo. Yo sólo agacho la cabeza, y no la miro mucho más. Pienso que esto puede ser signo de tantas cosas en mi vida, que soy demasiado miedoso, o cobarde, que debería aprender a ceder el control, a arriesgar un poco más. O simplemente, que debería salir un poco más seguido y pedalear más duro.
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