La época de muertos/jalogüín siempre me hace pensar en fundamentalismos. Nací en una casa en la que no se celebra el día de muertos y durante toda mi infancia aprendí a no celebrarlo. En la primaria, en lugar de hacernos faltar, mis papás nos mandaban a la escuela con mensajes claros contra la celebración de la muerte. Una vez me mandaron con un ataúd para poner dulces que en el fondo decía "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?".
Ahora nos reímos de eso pero, la verdad, me alegra haber crecido así. Me alegro porque ésa es mi tradición, porque nací en una familia con convicciones que, con el tiempo, ha aprendido a convivir mejor con la gente, sin negociar sus principios. Comemos hojaldras (pan de muerto), tomamos chocolate, vemos las cosas bonitas. Todo bien.
Lo curioso es que, con el tiempo, uno aprende que los fundamentalismos no siempre vienen de un solo lado. Claro, los cristianos anti-halloween son muy visibles e incómodos (pesados, pues), pero quienes no creemos en esta fiesta tampoco la pasamos muy bien. Es curioso ver cómo muchos defensores de la libertad, la democracia y la diversidad se vuelven durante esta semana pequeños tiranitos que, en el mejor de los casos, te dicen que eres apretado, retrógrado, estúpido, que no sabes respetar a tus ancestros. ¿Es tan difícil entender que al otro simplemente no le interesa lo mismo que a ti?
(Por cierto, el argumento de que "es una tradición y tenemos que celebrarla" siempre me ha parecido algo terriblemente deprimente. Porque quemarle la casa a alguien del pueblo que cree en otra cosa es una tradición. Porque no dejar que tus hijas vayan a la escuela porque son mujeres también es una tradición. Porque arreglar las cosas a balazos es una tradición)
1 comentario:
Volví convertida en mariposa!! ni leí tu entrada, sólo quería anunciarme!! beso!!
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