Una de las cosas interesantes de tener una beca es que, afortunadamente, termina por sacarte del anonimato. De pronto pasas de ser leído por tus amigos y familiares -si es que acaso te leían- a exponerte ante gente que no conoces, que someterá tu trabajo al escrutinio de la lectura crítica y voraz para finalmente entregarte un juicio atinado. Pasas de compartir tus textos con gente cuya lectura aprecias por su cercanía y amistad a ser observado por los más brillantes doctores, por sabios investigadores que reconocen en tu trabajo influencias y recurrencias que tu mismo ni siquiera hubieras imaginado.
Gente de escrituras impecables, increíblemente generosos y hasta simpáticos hacia tu origen -porque de algún lugar hemos de venir todos, y tú, tan pueblerino y tan pintoresco, eres digno de que sus cosmopolitas ojos de un azul casi nórdico se posen en tu trabajo- llegarán a tu blog y, entusiastas, lo compartirán con sus amigos, porque como son lectores brillantísimos pueden reconocer la ironía y el sarcasmo en lo que escribes a manera de querido diario.
En fin, lo que quiero decir es que, de haber llegado ya, los saludo, oh excelentísimos lectores, y les agradezco su generosa promoción. Los avances de la sapientísima crítica a la los esfuerzos literarios del vulgo, sin lugar a dudas, serían imposibles de no ser por su apolínea y siempre serena contribución.
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Y como muestra de que, pueblerino y todo, tengo consciencia de la importancia de la alteridad y de los intercambios culturales, comparto una de las poquísimas canciones norteñas que me gustan. Una canción de letra intensa, muy representativa para mí y que, curiosamente, sospecho que puede venir al caso en días como éste.
(ah, que doloroso y triste es el despecho, ¿no?)
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