sábado, 14 de abril de 2012

Sordera parcial, o contra los -así llamados- ingenieros de audio

[post dedicado a G, quien sufre, como nadie más que conozca, la mala ecualización en un concierto]

Imagínese esta escena. Existe una banda a la que usted le ha seguido los pasos muy de cerca. Conoce todos sus discos, las letras de sus canciones, los integrantes. Comparte con sus amigos el gusto, les pone links de videos en youtube y les avisa cuando hay new releases. Porque usted ama a esa banda. Un día, encuentra el anuncio de que la banda estará en su ciudad. Obviamente usted corre a contarle a todo el mundo, y hace todo lo posible para ir. Compra su boleto y marca en su calendario, con emoción indescriptible, el día del concierto. Porque verdaderamente usted ama a esa banda.
La fecha del concierto llega y usted toma todas las precauciones posibles. Calcula sus tiempos, el dinero que necesita llevar, las pertenencias que podrá y no podrá pasar luego de la revisión de seguridad. Traza cuidadosamente su ruta de camino al foro en el que se dará el concierto. Escoge su mejor atuendo, porque su banda favorita se lo merece. Llega al lugar y la emoción crece al formarse. Es temprano todavía pero ya hay mucha gente. Todos parecen expectantes, ilusionados porque, sí, por fin verán a esa banda. Pone atención a las conversaciones a su alrededor. Parece que los nervios hacen que el bluff de todos aflore, pero usted lo toma con calma. Porque está en donde debe estar, y no se alterará por asuntos menores.
Abren las puertas. Todos avanzan, se mueven a ningún lado en particular; todos quieren pasar. La fila va lenta pero se mueve. Policías manoseando a todo el mundo, miradas de tensión, una que otra cajetilla de cigarros con "elementos infiltrados" pero nada serio, nada que impida el flujo. Usted pasa sin problemas, porque usted previó cada posible negativa de los polis, porque usted es lo que se dice un viejo lobo en el mar de los conciertos. 
Por fin entra al lugar y, obvio, pide una cerveza. Levanta la mirada y calcula los espacios, la afluencia, los sonidos. Todo para encontrar el lugar perfecto: en el centro, cuatro o cinco metros antes de la valla de seguridad. Bebe su cerveza con calma, mirando atentamente los instrumentos de la banda. Poco a poco su cuerpo se prepara, para el contacto con la gente, para el baile que le tributará a su banda favorita, para gritar, silbar, saltar y aplaudir entre canciones, para inclinar la cabeza a la derecha y estremecerse cuando suenen los primeros acordes de esa canción que tiene tanta historia para usted.
La banda sale. Gritos, te amos, aplausos, silencio. La banda se coloca en posición. Las respiraciones se suspenden y no hay párpado que se mueva. La banda cuenta el undostrescuatro del primer acorde que ya recorre el auditorio: Todo suena terrible. La cara de los músicos lo dice todo. No importaron las cuatro horas de soundcheck, los corajes, las afinaciones milimétricas. Un reducido grupo de calvos, gordos enfundados en playeras viejas regaladas por marcas de equipo de sonido en clínicas, con barbas ralas y caras sucias decidió mover toda la ecualización sin preguntar. Porque ellos son los "ingenieros", porque es su equipo y ellos saben. El baterista voltea, pide volumen de la guitarra líder en su monitor. Nada. Una y otra vez, los músicos se llevan las manos a la oreja izquierda, acomodándose o retirando los audífonos del bodypack. Gestos. Manoteos. Calvos y gordos más jóvenes corriendo por el escenario, aprendices de "ingeniero de audio", mueven botones de amplificadores y cajas directas. Todo en vano.
Usted simplemente siente que su corazón se parte en mil pedazos. Porque no suena nada como lo había imaginado. Porque la voz de la cantante, tan potente y perfecta, suena tapada. Porque ninguno de los efectos que ella hace suenan, y porque el audio al público está terrible. Siente los graves en los pies, como si fuera un antro, y el resto del sonido a los lados. Sin embargo hay espacios en los que literalmente no se escucha más que de un lado. La multitud se agolpa y lo obliga a moverse del lugar escogido inicialmente, y se da cuenta de que ahora, a un metro del centro, sólo escucha con el oído derecho. Sin embargo, se siente culpable, porque tiene en frente a su banda favorita, entregando todo en el escenario, tocando increíblemente sus rolas preferidas, y usted no puede dejarse ir, no puede dejar de pensar en la porquería de audio, que tal vez en otro lugar lo hubieran hecho mejor.
El tiempo pasa y la música es, pese a todo, maravillosa. Los músicos hacen magia y aun la cantante se lanza sobre el público, como nunca antes, y también como nunca antes usted se involucra en un croudsurfing. Termina todo y usted aplaude y grita para el encore. Vuelven los músicos, para el final usted está absolutamente cautivado. "Fue un gran concierto", piensa, pero entonces salen al escenario los "ingenieros de audio", con pose altiva, triunfales, enredando cables y mentando madres frente a los músicos. 
Un sabor amargo se apodera de usted. No puede creer que seres tan despreciables, con tan poco sentido común tengan tanto poder, que enemigos del buen sonido tengan el derecho a cuidar ese escenario, estar tan cerca de su banda favorita y hacer que lo que pudo haber sido el mejor concierto de su vida termine siendo solamente el típico zumbido post-concierto y ni siquiera sea equilibrado, que su tímpano derecho esté destrozado y el izquierdo como si nada. Y lo que es peor, que les paguen tanto por ello y ni siquiera se compren playeras limpias con ese dinero.


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