Como ya es costumbre desde hace cuatro años, para bien o para mal, la emotividad de las fechas me termina ganando y escribo posts sobre la temporada, sobre el nacimiento de Jesús, sobre la comida, la familia o hasta sobre la participación ciudadana. Lo que en pocas palabras quiere decir que me quejo; en navidad me quejo, y en año nuevo agradezco.
Hoy, sin embargo, no sé si quiero quejarme o agradecer. De entrada, me gustaría dejar bien claro que las festividades decembrinas no me hacen mucha gracia, básicamente porque representan las torturas de la unión familiar y la histeria de comprar y hacer de comer. Pero tampoco me caen muy bien los trolls que se la pasan diciendo que es el cumpleaños de Jesús o los que dicen que odian la navidad y ofenden a todo el mundo. Agradezco, eso sí, el descanso, la posibilidad de tomarse el día con calma, la comida, las compras y los regalos. En realidad, por pros y contras, salimos tablas.
A pesar de todo, sí creo importante darse cuenta de algo; el concepto de premiación navideña es absolutamente absurdo. Sean los papás, santa clos, las tiendas departamentales o el gobierno, esta época suele estar llena de premiaciones a quienes se porten mejor. Los niños buenos reciben mejores regalos, los inteligentes compran ofertas y los que trabajaron más tienen más qué comer y qué gastar. Hasta el nacimiento de Jesús se convierte en un asunto de premiaciones; los pastores, como eran pobres e ignorantes, recibieron antes que los ricos las buenas nuevas.
No quiero aburrirlos con un discurso de la cristiandad –porque ni yo mismo me lo soportaría–, así que intentaré decirlo de la forma más secular posible. El nacimiento del Cristo no representa la polarización del mundo entre los que creen y los que no creen –cosa que se les olvida a los creyentes siempre–, sino precisamente lo contrario. La navidad es básicamente reconocer que, bien o mal, mucho o poco, todos nos equivocamos, pero que siempre hay una posibilidad de gracia, de pedir y ofrecer perdón, de hacer un alto y cambiar direcciones.
Es, precisamente eso, la gracia, lo que subyace en la navidad. La gracia de regalar cosas porque sí, porque de gracia recibimos; de que, a pesar de que todos somos insoportables, podemos sentarnos a comer tranquilos y alegrarnos. La gracia de la supervivencia, de la posibilidad de seguir en pie, y sobre todo, la gracia de intentar cambiar las cosas, de perdonar las ofensas de otros, de esforzarnos en dar y recibir de gracia y no con exigencias ridículas.
Que se jodan santa clos y los papás que le condicionan los regalos a los niños, las tiendas que nos encandilan con ofertas manipuladas, y esos personajes que, por no saber bien a bien quiénes son pero sí sabemos que nos imponen un modelo de consumo enfermizo y estándares inalcanzables, podemos llamar sistema. Que se jodan ellos y que se perdone todo, por pura gracia y porque es navidad. Y que sigamos así siempre.
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