miércoles, 16 de junio de 2010

Recuerda que el héroe se mantiene siempre;
no fue su caída más que un subterfugio
para ser: un nuevo, sumo nacimiento.
Rilke, como en Lizalde


Decir que el mundo es una mierda no es, en definitiva, decir nada nuevo. Ya lo habrán dicho en su momento hombres y mujeres, ancianos, poetas, profetas, filósofos griegos, pescadores, carpinteros de galilea, gladiadores africanos en tierras romanas, borrachos atemporales, músicos incomprensibles, drogadictos, iluminados, científicos y revolucionarios. Seguramente el grupo de hombres que se topó por primera vez con el lenguaje articulado, pasada la euforia del nombrar lo que los rodeaba, de cantar cosas que hasta entonces no conocían, de pretender reconciliar sus bocas con el mundo, se dieron cuenta, y lo enunciaron en una lengua hoy extraña para nosotros. 
El mundo es una mierda. Y de nosotros, de cada uno depende lograr que lo sea menos, crear momentos que trasciendan esa mierda. Con palabras, con la necedad de hacer de cada día una fiesta ilógica, con besos a media lluvia, con el milagro de entender al otro o de lograr quererlo sin que importe que no lo entiendas completamente, con desayunos en la cama y ramos de flores amarillas, con combinaciones exactas de sílabas, de líneas, de manchas en una hoja en blanco. Robarle poco a poco pedacitos de alegría a este mundo de mierda, como Robin Hood si es que existió alguna vez.
El problema es que, sin importar cuánto lo intentemos, el mundo siempre volverá a su estado natural. O mejor dicho, el problema es que, después de un tiempo, nos vamos dando cuenta de que no todos nacimos con la habilidad de transformar en belleza tanto tiempo irrelevante de nuestras vidas como quisiéramos. A veces lo logramos una, dos veces seguidas. A veces ligamos doce días consecutivos, y eso nos alegra como cuando el Barcelona liga doce pases y parece que baila. Como si fueran uno solo. 
Hasta que nos damos cuenta de que no somos héroes, que lamentablemente estamos en la posmodernidad, lo que para nosotros, los de a pie, significa a grandes rasgos que por más que lo intentemos nunca seremos héroes. Que maradona envejeció, que uno a uno nuestros poetas más amados se irán muriendo. Que lamentablemente siempre nos faltará un poquito. Un poquito más de madurez, de voluntad, de enamoramiento profundo o de intervención divina.
Y a pesar de todo, no nos queda más que intentarlo. No nos queda más que levantarnos, sacudirnos el polvo, secarnos las lágrimas que habíamos jurado que no iban a salir esta vez. No nos queda más que el atrevimiento, la picardía de levantarse con una sonrisa, una sonrisa que le duela a ese invisible contrincante que nos derrumba cada vez que puede y, suponemos, se parece tanto a nosotros mismos. No nos queda más que cantar y levantarnos, y volvernos a caer. Hasta que un día ya no podamos más, y a fin de cuentas, a pesar de que otros piensen lo contrario, nuestra vida no haya sido completamente en vano.

***

Aunque usted no lo crea, este estado de semi-depresión casi optimista se lo debo en gran medida al mundial. Todo es culpa de Mourinho, maldito sea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

supongo que entonces cada cuatro años el fut te salvará, qué alegría que habrá samuel para rato y que esas vociferaciones de posible suicidio sólo eran rumores de esta temporada