Hoy hubo almuerzo familiar a las 12. Aunque suelo pasar mucho tiempo aquí en Xalapa -casi la mitad de la semana-, casi nunca me tocan almuerzos familiares. Sí, suelo desayunar con mi mamá cuando todos ya se fueron a sus escuelas, y sí, los domingos hay comida familiar, pero aunque suene raro, la dinámica es diferente. En la comida hablamos de cosas de nosotros, hacemos sugerencias sobre determinadas cosas de alguno u otro, y siempre terminamos peleando, gritando por cualquier cosa, por ejemplo, sobre el color de una chamarra que alguien usaba hace 10 años o la forma correcta de hacer el pesto. Siempre gritamos. Y es divertido.
Pero los almuerzos son diferentes. Tal vez por esporádicos, porque la comida es más ligera o porque en la mañana los ánimos se caldean menos, los almuerzos familiares siempre terminan bien. Es decir, en lugar de discutir sobre quién lavará los trastes, terminamos riéndonos, y mis papás terminan recordando tal o cual cosa.
Hoy tocó que mi papá contara sobre sus parientes lejanos, los de Chiapas. Resulta que mi abuelo, Javier Espinosa Espinosa, nació en Ocozocuautla, Chiapas, un lugar de puros Espinosa. Su papá, mi bisabuelo -cuyo nombre no recuerdo- era un bandolero y tahur, y se dice que tuvo 70 hijos, todos reconocidos. Le apodaban la tigra. Y bueno, se murió y mi abuelo Javier quedó huérfano de ambos padres. A los 12 años empezó a manejar camiones de volteo, pero un día el camión se le volteó -curiosa naturaleza de ese tipo de transporte-, perdió la carga y el camión quedó casi inservible. Como estaba muy chamaco, le dio miedo regresar, y entonces se fugó a Puebla, en donde siguió manejando trailers y camiones varios. En uno de sus viajes conoció a mi abuela en Tlatahuquitepec, y se la llevó a vivir a Puebla.
Lo interesante de la historia es que prácticamente todos los tíos, hermanos de mi papá, obtuvieron su nombre al hacer referencia a parientes, miembros de los espinosa. Así, Emelina, Joaquina -y su respectivo hijo, Joaquín- Javier, Eloy y Efrén, se repiten al menos dos veces en mi complicado árbol familiar. De hecho, y como resultado de la magia de las coincidencias, existió un hermano de mi abuelo que también se llamó Samuel Espinosa.
Lo mejor de la historia es que Efrén Espinosa era comisario del pueblo de los espinosa, y que hacía cumplir la ley cabalmente. Nada serio, malentendidos, robos menores, peleas, borrachos. Efrén Espinosa cumplía con sus obligaciones de comisario, anteponiendo el deber aún a los lazos familiares. Se dice que encerraba a los borrachos en la cárcel para que no hicieran destrozos y de paso para que pasaran la noche un poquito más decentemente, pero uno de sus sobrinos, borracho de cepa, no lo entendió así, y un día intentó vengarse.
El sobrino llegó a la comisaría, miró de frente a Efrén Espinosa, y le dijo: --Ora sí, tío, te toca pagar. Sacó la pistola, y le disparó. La bala fue directo a su rodilla izquierda, atravesando el muslo para incrustarse en la nalga del mismo flanco. Efrén Espinosa desenfundó rápidamente, pero con el impacto, la silla en la que estaba sentado se fue para atrás. Mientras caía de espaldas, aún a pesar de tener una bala incrustada en la nalga izquierda, logró dispararle a su atacante. La bala impactó directo en el corazón.
Obviamente, la familia del muerto decidió vengarse, por lo que el tío abuelo Efrén tuvo que escapar. Y decidió llegar a Puebla, con su hermano Javier.
Mi papá lo conoció, y parece que hasta mi mamá llegó a verlo. Según me cuentan, Efrén Espinosa era prácticamente como todos los espinosa. Colorado, grande, bonachón. Sin embargo, tenía un par de características que se quedaban por un tiempo en la mente: caminaba rengueando a causa del balazo -dicen que murió y la bala seguía incrustada-, lentamente, y al sentarse se notaba en el costado derecho un tremendo pistolón. Un revólver Colt de seis repeticiones, que nunca más volvió a usar, pero que cargaba siempre consigo, por eso de las cochinas dudas.
1 comentario:
guau chuck, ni la reina victori tiene un linaje tan interesante! de entrada, al escuchar cosas como estas, uno termina por elegir a su favorito, y sin lugar a dudas el mío es la tigra, con sus 70 tigrillos (aurelianos, josé arcadios y samueles). lo imagino sorprendido por la madrugada en algún lupanar perdido en los montes chiapanecos, con un cigarrillo sin filtro entre lo labios, unas copas de zotol o aguardiente en la mesa y jugando una mano difícil, tal vez tercia de ases y de sietes, mientras espera que le caiga el cuarto as para quebrar con el dos y tres de bastos que aún sostiene entre manos.
caballeros así son los que valen en una genealogía. esos son los imprescindibles, dijera brecht
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