Estoy en Xalapa, en la casa de mis papás que nunca reconoceré como mi casa. Duermo en el estudio, en una cama con ruedas, frente a la computadora de escritorio. Miro alrededor y no encuentro nada que me haga sentir en casa. Dos paredes blancas y dos terracota, un ventanal que da al terreno en construcción de junto, cajas vacías -de las compus, de mi ropa, de la plancha y una de mudanza todavía sin abrir-, una impresora y un librero con papeles de mi papá, libros escolares y de consulta bíblica. Y sin embargo, encuentro algo, un libro, sólo un libro, que me recuerda días de casa, de casas a las que sí pertenecía: El progreso del peregrino.
Una de las cosas de las que mi mamá se precia es de haberme inculcado la lectura. Y no me puedo quejar, desde muy niño estoy rodeado de libros -como tanto presumido de las letras-, pero con la bonita particularidad de que todos tocaban temas bíblicos y/o cristianos. Desde libros para colorear, cuentos bíblicos e historietas, hasta concordancias, diccionarios especializados, manuales pastorales y nuevos testamentos en griego. Toda una celebración de la literacidad bíblica.
Así que no es de extrañarse que haya aprendido a leer con cuentos bíblicos de pequeño formato y con juegos de participación activa de padre-hijo, y que mi primera lectura de más de cien páginas fuera la Biblia. Sí, leí la Biblia completa a los 7, en versión ilustrada. Una Biblia roja, tapa dura, que emulaba perfectamente la elegancia de las Biblias para adultos. La leía todos los días, antes de dormir, y tal vez por eso le pegué una estampa que tenía una tortuga con pintas de irse pronto a dormir y el versículo clásico de la pre-cama infantil: En paz me acostaré y así mismo dormiré, porque sólo Tú me haces vivir confiado.
Y cuando terminé mi Biblia, la volví a comenzar. Así cada año desde hace más o menos 15. La segunda lectura, después de la Biblia, fue un libro que me intrigaba desde la tapa. No tenía nombre de autor -adentro lo decía, John Bunyan-, y a cambio, te ofrecía una hermosísima cubierta, y el juego de textos reducidos e ilustraciones impactantes: El progreso del Peregrino. Recuerdo que durante los primeros días de lectura siempre terminaba mirando por mucho tiempo, fijamente, la página 116. El odioso monstruo, Apolión. En verdad era horrible, y había cierto morbo en mirarlo, y aún hoy me da curiosidad.
Hace poco lo vi en la Escuela de lenguas, en versión completa y en inglés, pero para mi mala fortuna, me robaron y perdí la credencial, así que tendría que pedirlo por internet y comprarlo. De cualquier manera, ningún otro libro será igual a éste. Mi libro, aunque no lo sea, del progreso del peregrino. La larga travesía de Cristiano hasta la Ciudad Celestial. Pongo unas fotos, las más significativas (en orden de aparición: 1. portada; 2. El odioso monstruo, Apolión; 3. Cristiano se encuentra con formalista -lo puse porque me da risa, los formalistas son malos; 4. El camino estrecho y angosto):
1.
2.
3.
4.
Me encanta este libro. Es brillante, tanto el texto como las ilustraciones, el colorido de la portada. Después de todo, el progreso del peregrino es un poco el abuelito de este blog: la guía práctica del cristiano inexperto.
3 comentarios:
Quiero ver qué dice de Formalistas, pero no alcanzo, la imagen es pequeña y de baja resolución. Vivan los formalistas!
Bueno mis pañabras están de más gracias a la alabanza de Renato. En fin me uniré:
¡Vivan los formalistas!
¡Vivan!
no susana
de renato lo entiendo
-es un formalista sin remedio-
pero tú?
y eso de la función debe continuar?
eres más funcionalista Susana
que no te engañen
Publicar un comentario