Miércoles 4 de febrero. 18.55. Me disculpo reiteradas veces por abandonar tan abruptamente las labores en la aduana vieja -edificio de la universidad- y salgo a caminar. Un frío del carajo. Paso a la biblioteca a saludar a Luisito y a pedirle que me disculpe con JG por no ir. Porque hoy es el día. Hoy es la semifinal. Camino al bulevar y espero a que pase el camión. Ruta 72, plaza dorada, san Isidro, CU. Me bajo en la esquina que desde hace ya un par de meses me recibe. Tiemblo, pero no de nervios, sino por el frío del carajo -de nuevo. Camino a la cancha, subo las escaleras. 7.45. Miro la cancha que nos espera, una cancha que me gusta mucho porque es más chica de lo normal y porque está en el tercer piso. Bajo a esperar. Miro llegar a mis compañeros. Primero Alí, el capitán, el 10 irreverente -sólo hay un 10 en este mundo-, luego Antulio, el 11, luego Chacho, el 8. Entrego los uniformes -que una parte de mi quincena me costaron- como en una ceremonia, con la derecha saludas y con la izquierda recibes. Fotos del recuerdo, porque estamos en semifinales, porque hoy nos rifamos.
Las 20 horas y sólo 4 jugadores. Nos falta el portero y su compinche. El pelón y el cuchara. Pero no importa, porque nos sentimos enteros, porque tenemos uniformes nuevos y porque, como en alguna celebración se dijo, ya estamos amalgamados. Miro a mis compañeros prepararse. Todos queremos parecer confiados, cancheros, colmilludos, pero hay algo que no convence. Tal vez el frío o las calcetas que parece que se romperán pronto. Tal vez es que el equipo está incompleto.
Llamadas a los compañeros, para que vengan, para que tengan en cuenta lo que se juega hoy; no solamente la semifinal, sino la hombría, el estreno cabalero de los uniformes vino y negro, vino como el de Maipó -barato y sabroso- que bebimos un viernes, después del mejor partido que hemos dado. Pero no llegarán. El cuchara dice que irá tan pronto salga de trabajar, pero algo en su voz es clarísimo. No vendrá. Así que somos cuatro. Cuatro contra ocho jovencitos atléticos -jeje. Cuatro contra el frío, contra el inglés que parece que pitará el partido. Cuatro contra cinco en cancha. Hora de decidir si llamamos a alguien o si nosotros solos enfrentamos el asunto. Y tal cual, vamos nosotros solos, nosotros cuatro, con nuestros uniformes nuevos, con cada vez un poquito más de esperanza.
Y como buenos cancheros, hacemos tiempo. Practicamos penaltys, dominamos, calentamos músculos. Pero nadie se engaña. Sabemos que el único calentamiento que necesitamos es el de tronco, para los recargones, empujones y empellones. La espera surte un poco de efecto. Llegó el árbitro. Un árbitro amable, que conoce de memoria nuestros nombres y que nos permite golpear, dar pisotones y codazos sin marcar gran cosa. Agradecemos por lo menos eso. Y seguimos haciendo tiempo, esperando algún milagro.
Y de milagros se hizo nuestro torneo. Porque comenzamos con un equipo crecido, hecho de puros muchachitos recién egresados, digamos -al tanteo- de la udla o la ibero o el tec. Llegaban en Audis, mercedes y bmw. Jugaron los primeros dos partidos y ganamos holgadamente. Pero ninguno de nosotros -los cuatro que aparecemos en la foto- jugó más de 10 minutos. Así que el capitán hizo alarde de su voluntad, de su coraje y de su intención de que jugáramos y les pidió que se retiraran. Empezamos de ceros. Juntamos a gente que conocíamos, que sabíamos que asistiría, y en total nos juntamos entre 7 y 8 por partido, salvo uno en el que sólo llegamos 4 y perdimos 25-4. Pero por lo demás, no volvimos a perder. Desde esa derrota, siempre ganamos. Siempre sufrimos, pero terminamos ganando. Por 1 o 2 goles, y en el mejor de los casos por 3. Cada semana mejorábamos, encontramos la alineación, las posiciones, el estilo adecuados. El último día de temporada regular fue mágico. El juego perfecto. Luego, vino el declive. Cuartos de final. Jueves a las 22 horas. Ganamos por maña y por coraje, además de la buena ejecución de los penales.
Sea como fuere, hoy estamos en la cancha. Esperando que algo ocurra. Con uniformes nuevos y un hombre menos, emocionados y con un frío del carajo. Y comenzamos ganando. Uno cero. Dos cero. Pero yo reclamo que los contrarios quieren madrugar, así que nos quitan un gol, porque surgió precisamente de un rebote en tiro libre. Seguimos con el juego. Cae el primer gol de ellos. El segundo. El tercero. Termina el primer tiempo. 7-1. No parece imposible, pero estamos quemados. Hemos corrido más de lo usual, y cada gol nos bajaba el ánimo considerablemente.
Segundo tiempo. Cambio de portero. Me pongo yo y llueven los goles. Se pone Antulio, y hacemos el último esfuerzo. Tiros libres que pasan cerca, remates a las manos del portero, y sólo logramos 3 o 4 goles más. Repartimos golpes, patadas, codazos y empujones como último recurso. Pero no nos sabe a nada. Termina el partido, y es imposible no hacer el comentario de los perdedores circunstanciales. Sí les ganábamos. Si hubiéramos estado completos. Estaban chavos.
Nos vestimos y salimos al estacionamiento, molidos el cuerpo y el ánimo, con ganas de jugar otra vez, enteros. En un karaoke de la planta baja se escuchaba "Somewhere over the rainbow-what a wonderful world" en versión de Kamak'awi Ole y me dieron ganas de cantar y de llorar pero no lo hice. Decidimos no volver a decir que pudimos haber ganado. Y nos fuimos a casa, con ganas de pelear, de gritar, de apedrear casas que nos quedaran de camino. Pero no lo hicimos.
***
Esa es mi crónica del torneo que ayer terminamos. Un torneo bizarro, porque se jugaba en una cancha muy chica y porque se llama "supercincos". Creo que mis compañeros de equipo me enviarán sus crónicas, así que prometo subirlas tan pronto las tenga. De cualquier manera, pongo ahora las crónicas del Pelón y el cuchara:
***
No, no me equivoqué. Están en blanco. No hay nada. No pueden decir nada, porque no fueron. Lástima.
Las 20 horas y sólo 4 jugadores. Nos falta el portero y su compinche. El pelón y el cuchara. Pero no importa, porque nos sentimos enteros, porque tenemos uniformes nuevos y porque, como en alguna celebración se dijo, ya estamos amalgamados. Miro a mis compañeros prepararse. Todos queremos parecer confiados, cancheros, colmilludos, pero hay algo que no convence. Tal vez el frío o las calcetas que parece que se romperán pronto. Tal vez es que el equipo está incompleto.
Llamadas a los compañeros, para que vengan, para que tengan en cuenta lo que se juega hoy; no solamente la semifinal, sino la hombría, el estreno cabalero de los uniformes vino y negro, vino como el de Maipó -barato y sabroso- que bebimos un viernes, después del mejor partido que hemos dado. Pero no llegarán. El cuchara dice que irá tan pronto salga de trabajar, pero algo en su voz es clarísimo. No vendrá. Así que somos cuatro. Cuatro contra ocho jovencitos atléticos -jeje. Cuatro contra el frío, contra el inglés que parece que pitará el partido. Cuatro contra cinco en cancha. Hora de decidir si llamamos a alguien o si nosotros solos enfrentamos el asunto. Y tal cual, vamos nosotros solos, nosotros cuatro, con nuestros uniformes nuevos, con cada vez un poquito más de esperanza.
Y como buenos cancheros, hacemos tiempo. Practicamos penaltys, dominamos, calentamos músculos. Pero nadie se engaña. Sabemos que el único calentamiento que necesitamos es el de tronco, para los recargones, empujones y empellones. La espera surte un poco de efecto. Llegó el árbitro. Un árbitro amable, que conoce de memoria nuestros nombres y que nos permite golpear, dar pisotones y codazos sin marcar gran cosa. Agradecemos por lo menos eso. Y seguimos haciendo tiempo, esperando algún milagro.
Y de milagros se hizo nuestro torneo. Porque comenzamos con un equipo crecido, hecho de puros muchachitos recién egresados, digamos -al tanteo- de la udla o la ibero o el tec. Llegaban en Audis, mercedes y bmw. Jugaron los primeros dos partidos y ganamos holgadamente. Pero ninguno de nosotros -los cuatro que aparecemos en la foto- jugó más de 10 minutos. Así que el capitán hizo alarde de su voluntad, de su coraje y de su intención de que jugáramos y les pidió que se retiraran. Empezamos de ceros. Juntamos a gente que conocíamos, que sabíamos que asistiría, y en total nos juntamos entre 7 y 8 por partido, salvo uno en el que sólo llegamos 4 y perdimos 25-4. Pero por lo demás, no volvimos a perder. Desde esa derrota, siempre ganamos. Siempre sufrimos, pero terminamos ganando. Por 1 o 2 goles, y en el mejor de los casos por 3. Cada semana mejorábamos, encontramos la alineación, las posiciones, el estilo adecuados. El último día de temporada regular fue mágico. El juego perfecto. Luego, vino el declive. Cuartos de final. Jueves a las 22 horas. Ganamos por maña y por coraje, además de la buena ejecución de los penales.
Sea como fuere, hoy estamos en la cancha. Esperando que algo ocurra. Con uniformes nuevos y un hombre menos, emocionados y con un frío del carajo. Y comenzamos ganando. Uno cero. Dos cero. Pero yo reclamo que los contrarios quieren madrugar, así que nos quitan un gol, porque surgió precisamente de un rebote en tiro libre. Seguimos con el juego. Cae el primer gol de ellos. El segundo. El tercero. Termina el primer tiempo. 7-1. No parece imposible, pero estamos quemados. Hemos corrido más de lo usual, y cada gol nos bajaba el ánimo considerablemente.
Segundo tiempo. Cambio de portero. Me pongo yo y llueven los goles. Se pone Antulio, y hacemos el último esfuerzo. Tiros libres que pasan cerca, remates a las manos del portero, y sólo logramos 3 o 4 goles más. Repartimos golpes, patadas, codazos y empujones como último recurso. Pero no nos sabe a nada. Termina el partido, y es imposible no hacer el comentario de los perdedores circunstanciales. Sí les ganábamos. Si hubiéramos estado completos. Estaban chavos.
Nos vestimos y salimos al estacionamiento, molidos el cuerpo y el ánimo, con ganas de jugar otra vez, enteros. En un karaoke de la planta baja se escuchaba "Somewhere over the rainbow-what a wonderful world" en versión de Kamak'awi Ole y me dieron ganas de cantar y de llorar pero no lo hice. Decidimos no volver a decir que pudimos haber ganado. Y nos fuimos a casa, con ganas de pelear, de gritar, de apedrear casas que nos quedaran de camino. Pero no lo hicimos.
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Esa es mi crónica del torneo que ayer terminamos. Un torneo bizarro, porque se jugaba en una cancha muy chica y porque se llama "supercincos". Creo que mis compañeros de equipo me enviarán sus crónicas, así que prometo subirlas tan pronto las tenga. De cualquier manera, pongo ahora las crónicas del Pelón y el cuchara:
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No, no me equivoqué. Están en blanco. No hay nada. No pueden decir nada, porque no fueron. Lástima.
2 comentarios:
Por alguna extraña razón a toods los jugadores los conozco ja , Puebla es un pañuelo, en fin sólo puedo decir que como los PROMETEOS MODERNOS llegarón al final del partido y de la casi temporada y como tales PROMETEOS deben levantar sus torsos y seguir adelante con sus impecables uniformes. ¡ Llevenme de porra!
ay ay ay....
Ni hablar. Galeano daría muchísimas viñetas hermosas para el consuelo. Yo, te mando un abrazo y te invito con cariño al chismógrafo bloggero
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