Crecemos. Y conforme pasa el tiempo, perdemos la gracia, la perspicacia de decir lo que se quiere cuando se quiere, la extraña facultad del contentamiento, de la construcción del mundo perfecto con sets de lego o playmobil. Crecemos, y nos enamoramos menos. Decidimos que es tiempo de dejarse de tonterías, que hay que extirpar de nuestras mentes el tumor de la idealización, nos volvemos mecánicos, o si bien nos va, aburrida y sanamente pragmáticos. Crecemos pues, y con nosotros crece el miedo, el orgullo mal dispuesto, la frustración por el deseo no satisfecho y la panza. En una palabra, nos desencantamos.
Y el desencanto, como de la espera dijo JC Becerra, es una lepra que nos consume. No se nota demasiado, sino que nos va carcomiendo lentamente, con paciencia, a veces hasta con delicadeza, pero siempre, implacablemente, nos carcome. Se extiende por el cuerpo, doblegando bastiones que hasta ayer creíamos invencibles, fortificados cuerpos de mujeres de cabellos largos, deliciosos, libros reversibles, poetas de lengua larga, juguetes de los reyes magos, latas de café recién molido que terminan por agotarse. Todo cede al desencanto.
Una de las pocas cosas que para mí se conservaban intactas de desencanto era, al menos hasta estas vacaciones, Xalapa. O mejor dicho, los diez puntos que entre los 3 y los 6 años solía frecuentar en Xalapa. Mi casa en la colonia modelo, el parque en el que aprendí a andar en bicicleta, la casa de los Márquez en Revolución, la casa de dos abuelitas postizas, la casa en Ánimas de la primera niña de la que me enamoré -sin saberlo real y afortunadamente-, el zoológico de las ánimas, los lagos, los berros, la Iglesia -protestante/cristiana/carismática- y el expendio del Café Colón. Eso, mezclado con bruma y humedad, era para mí Xalapa. Eso, de la mano de mi madre, mi padre y mi hermano, es mi infancia. Pero poco a poco, esa Xalapa de niño se fue ampliando: Banderilla, Miradores, Coatepec, el centro, Indeco ánimas. Y poco a poco también, mis expectativas fueron alimentándose de los comentarios de otros. Que si la Atenas de México, que si el mejor lugar para las fiestas, que si la universidad, que si Sergio Pitol -ás bajo la manga de los promotores de la escuela de letras de la UV. Nada parecía trastocarse. Por un lado estaba mi infancia, y por otro, lo poco que conocía de nuevo en Xalapa.
Ahora, mis padres han regresado a vivir a Xalapa, y pasé ahí las vacaciones decembrinas. Debí haberlo sospechado desde que noté que la niebla baja cada vez con menor frecuencia, y el frío de los diciembres memorables existe sólo en la memoria. los ininterrumpidos 18ºC diarios lo confirman. Esta ciudad no es Xalapa. Esta ciudad de tráfico salvaje, en donde no se puede encontrar un café decente dónde sentarse y leer y beber café bien hecho. En la tierra del café, sólo se encuentran terrazas para beber cerveza y anexas. Esta ciudad de acento apoblanado, de construcciones apoblanadas y de clima apoblanado, definitivamente no es Xalapa.
La Atenas de México y su tan afamada radio cultural con Antonio Malacara y Alain Derbez, programa en las mañanas una rola de "mai" Davis por cada dos horas de programación extraida de Radio Felicidad. La veintiúnica casa de Té te lo sirve frío, y no te deja hacer la infusión. Meseros desganados, música a todo volumen -después me enteré que es una costumbre xalapeña escuchar así a mijares o luis miguel, de boca de un verdadero xalapalófilo (¿?jeje, es albur)- camiones viejos y caros, rutas que pasan cada media hora y que no se distinguen entre sí. Único consuelo, un café terraza frente a la pinacoteca, con el mejor pai -pie- de limón de la temporada, pero consuelo de tontos al fin y al cabo, porque el café cierra a las 7 los domingos. Eso, tristemente, es lo único que se pudo rescatar. Eso, y el inamovible irremplazable olor del café recién tostado en el café Colón. El olor de mi infancia y de la vida misma, según recuerdo.
Y el desencanto, como de la espera dijo JC Becerra, es una lepra que nos consume. No se nota demasiado, sino que nos va carcomiendo lentamente, con paciencia, a veces hasta con delicadeza, pero siempre, implacablemente, nos carcome. Se extiende por el cuerpo, doblegando bastiones que hasta ayer creíamos invencibles, fortificados cuerpos de mujeres de cabellos largos, deliciosos, libros reversibles, poetas de lengua larga, juguetes de los reyes magos, latas de café recién molido que terminan por agotarse. Todo cede al desencanto.
Una de las pocas cosas que para mí se conservaban intactas de desencanto era, al menos hasta estas vacaciones, Xalapa. O mejor dicho, los diez puntos que entre los 3 y los 6 años solía frecuentar en Xalapa. Mi casa en la colonia modelo, el parque en el que aprendí a andar en bicicleta, la casa de los Márquez en Revolución, la casa de dos abuelitas postizas, la casa en Ánimas de la primera niña de la que me enamoré -sin saberlo real y afortunadamente-, el zoológico de las ánimas, los lagos, los berros, la Iglesia -protestante/cristiana/carismática- y el expendio del Café Colón. Eso, mezclado con bruma y humedad, era para mí Xalapa. Eso, de la mano de mi madre, mi padre y mi hermano, es mi infancia. Pero poco a poco, esa Xalapa de niño se fue ampliando: Banderilla, Miradores, Coatepec, el centro, Indeco ánimas. Y poco a poco también, mis expectativas fueron alimentándose de los comentarios de otros. Que si la Atenas de México, que si el mejor lugar para las fiestas, que si la universidad, que si Sergio Pitol -ás bajo la manga de los promotores de la escuela de letras de la UV. Nada parecía trastocarse. Por un lado estaba mi infancia, y por otro, lo poco que conocía de nuevo en Xalapa.
Ahora, mis padres han regresado a vivir a Xalapa, y pasé ahí las vacaciones decembrinas. Debí haberlo sospechado desde que noté que la niebla baja cada vez con menor frecuencia, y el frío de los diciembres memorables existe sólo en la memoria. los ininterrumpidos 18ºC diarios lo confirman. Esta ciudad no es Xalapa. Esta ciudad de tráfico salvaje, en donde no se puede encontrar un café decente dónde sentarse y leer y beber café bien hecho. En la tierra del café, sólo se encuentran terrazas para beber cerveza y anexas. Esta ciudad de acento apoblanado, de construcciones apoblanadas y de clima apoblanado, definitivamente no es Xalapa.
La Atenas de México y su tan afamada radio cultural con Antonio Malacara y Alain Derbez, programa en las mañanas una rola de "mai" Davis por cada dos horas de programación extraida de Radio Felicidad. La veintiúnica casa de Té te lo sirve frío, y no te deja hacer la infusión. Meseros desganados, música a todo volumen -después me enteré que es una costumbre xalapeña escuchar así a mijares o luis miguel, de boca de un verdadero xalapalófilo (¿?jeje, es albur)- camiones viejos y caros, rutas que pasan cada media hora y que no se distinguen entre sí. Único consuelo, un café terraza frente a la pinacoteca, con el mejor pai -pie- de limón de la temporada, pero consuelo de tontos al fin y al cabo, porque el café cierra a las 7 los domingos. Eso, tristemente, es lo único que se pudo rescatar. Eso, y el inamovible irremplazable olor del café recién tostado en el café Colón. El olor de mi infancia y de la vida misma, según recuerdo.
1 comentario:
Ah el café Cólon! se me antojo! tsss ojala pueda ir este año. No eres el único que me dice de este NUEVO XALAPA, pero bueno espero no DESENCANTARME. Jajajaja MAY DAVIS jajajajajajajajajajaja. Chau mi trompetista favorito, sigues tocando verdad?
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