sábado, 8 de octubre de 2011

El poder de los contrarios, o sobre la labor del articulero

Llámeme ortodoxo, anticuado o hasta decimonónico, pero la verdad es que a mí eso de la desaparición de los géneros tradicionales me parece, además de inútil e impertinente, una tendencia muy dañina. Y no sólo porque considero que la Poesía es la realización más elevada de una lengua, sino porque, si miramos bien lo que hoy se produce bajo este sello de "nueva literatura" o "literatura de medios" o como quiera llamarse, no es otra cosa sino textos escritos al vuelo, de reacción condicionada –en oposición a ser creativos– y sin gran trascendencia más allá del momento. Flojera mental en 140 caracteres, por decir algo.
Sin embargo, y aun a pesar de que esta tendencia de volver light la literatura y ponerla en línea se diversifica y da como resultado cosas tan bizarras –a veces interesantes, hay que concederlo– como los poetuits,  microficciones varias o hasta los sextuiteros, son en realidad muy pocos los escritores que terminan siendo considerados como serios o dignos de ser leídos más allá de la anécdota o el pasatiempo. Y ni pensar que sean pagados –salvo el caso de un fonca al que, por la buena y bien informada voluntad de Don Chimal, le dieron una beca para twittear–. Si lo pensamos bien, el único ámbito en el que uno puede, abierta y confesamente escribir al ahí se va y recibir remuneración por ello es cuando uno se dedica al artículo de opinión o crítica.
Pensemos en esto. Un escritor "tradicional" suele publicar más o menos una o dos veces por año. Si ese escritor logra colocar más de dos libros anualmente, uno piensa sin lugar a dudas que está ante un extraño caso de disciplina genial o de tomadura de cabello. Un escritor de artículos –de ahora en adelante lo denominaremos articulero para abreviar y de paso para sugerir la veta de su trabajo– puede, si conoce bien los dobleces de trabajo, colocar tres o cuatro textos por mes y cobrar por ello aproximadamente lo mismo –o más, si el articulero escribe para una revista afamada– que el escritor "tradicional" recibirá por los derechos de publicación de sus libros.
Por más que uno se esfuerce por vindicar su trabajo, el texto del articulero no puede, dado su carácter de inmediato y urgente, profundizar mucho en un tema ni en la forma. Y está bien. Si el articulero es avezado, sabrá repasar desde diferentes perspectivas sus lecturas cercanas, los temas de actualidad, hasta su vida diaria. Todo lo que esté a su alcance para hacer de su texto una experiencia rápida, eficaz y sin dolor. Hasta que se acaban las temáticas.
Pero digamos que un día el articulero encuentra agotadas sus posibilidades "propositivas". Ya habló de sí mismo, de su familia, de sus relaciones sentimentales, de la escuela el trabajo el ocio el futbol y muchos etcéteras. Así que prueba con criticar. Basado en los lugares comunes más reconocibles en uno mismo y el otro, el articulero decide enfrentarse a lo que está de moda en ese momento. Se burla, tal vez no sin razón, de la forma de vestir de determinado nucleo social. Recibe al respecto muchas opiniones que lo alientan, que le agradecen su forma tan atinada de caracterizar esa forma de vestir, el humor tan ácido para confrontarlos.
Entonces, nuestro articulero comienza a ver en la crítica una forma fácil y rápida de elaborar sus textos. Nada de malo me podrá decir. Efectivamente, salvo el hecho de que el articulero empieza a envalentonarse y decide que su talento de crítico –porque ya pasó de articulero a crítico– no ha sido valorado como debería, y entonces trata de publicar en revistas especializadas o hasta hacer un librito de anotaciones varias a los que él les llamará ensayos. De la nada, nuestro articulero decide que está haciendo literatura. Y como hay muchos otros como él que están ansiosos de reconocimiento de sus ahora pares escritores de literatura, entonces empujan más fuerte.
Ya no es suficiente con que sus respectivas revistas les publiquen sus textos y les paguen por ello. Ahora consideran que su habilidad para ponerse sistemáticamente en la postura contraria de todo como un talento literario per sé. Si está de moda un ritmo musical, entonces pueden escribir en contra, y de paso magullar a dos que tres amigos reggaetoneros. Si otro género musical se mantiene en el underground, entonces criticarán esa música. Todo es articulable porque todo tiene su contrario. Y así, su trabajo se vuelve solamente una producción reactiva, supeditada a la acción inicial de alguien más.
Y con esto no quiero decir que no me guste leerlos. Por supuesto que se disfrutan mucho textos ligeros que arremetan contra cuanta cosa encuentren y no dejen nada en pie, textos que critiquen y con ello mantengan los pies de los criticados sobre la tierra. Pero, señores y señoras, eso no es necesariamente literatura. Sí, el humor es una forma de hacer literatura, pero no todo el humor es literatura. Sí, la literatura puede tener una función social de crítica, pero no es su objetivo primordial. Sí, la literatura puede ser un oficio rentable, pero no todo el que escribe y recibe dinero por ello escribe algo que sea publicable. Y si sí, pues entonces que nos cuenten dónde, para no errarle. O que se publique este articulito por algún lado, y que me den razón de quién lo paga –guiño para los que entendieron el albur.

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