lunes, 14 de marzo de 2011

metarreflexiones sobre la metarreflexión de nuestros días, o de cómo no ser crucificado antes de tiempo

No me acuerdo en donde, pero leí alguna vez que una de las características de la vida creativa en la (pos)modernidad es la metarreflexión, el esfuerzo de autodefinirse, de delimitar el propio trabajo, clasificarse y aún marcar líneas sobre las cuales trabajar. Definitivamente algo útil, no sólo para el propio creador, que al revisar su propia obra una y otra vez se comprende y se proyecta hacia nuevos horizontes, sino también para nosotros los pobres mocosos, los de la generación –o generaciones– inmediata(s) posterior(es), que, muchas veces aislados y sin más paternidad que alguno que otro libro encontrado en una de esas librerías de saldos o en la biblioteca, nos tomamos esos consejos como máximas que rigen, no sólo nuestros esfuerzos creativos sino también –de forma estúpida– nuestra propia vida.
Todo muy bien, salvo una pequeña cuestión que me ronda desde la semana pasada: ¿en qué momento las metarreflexiones de, digamos, un poeta, se vuelven trascendentes para alguien más que para sí mismo? ¿Cuándo la decantación personal por una o por otra línea creativa, por tal o cual poeta mayor, por tal o cual uso o situación se vuelve digna de ser tomada en cuenta? Seguro que hay varias respuestas y éstas dependen muchas veces del talento del mismo escritor, pero de entre todas ellas, y al menos en nuestro siglo, no creo que ninguna considere importantes las opiniones de un escritor de menos de 30 años.
Porque ¿qué tanta experiencia tendrá un escritor de, digamos, 25 años –como su servilleta– cuando apenas y ha terminado un libro, cuando está considerando sus alternativas, el panorama a futuro, sus alcances expresivos? Yo creo que muy poca. Y no sólo cuando opina del quehacer artístico, sino cuando analiza la situación del país o lee a un poeta y nos da sus notas, cuando mira una película o escucha una banda, cuando se confronta con otros de su calaña. Sí, se puede tener un buen humor, se puede seguir la prácticamente infalible técnica de llevar la contraria al "stablishment" a manera de profeta de la malhora, o quejarse de todo y ser encantador. Pero cuántas de esas cosas son válidas más allá de sí mismo, cuántas  tienen valor más allá del poco o mucho dinero que le pagan por ser "articulista de opinión"?
Y bueno, probablemente luego de leer estas líneas, se adivinarán unos cuantos nombres casi inevitables detrás de ellos y un rencor disfrazado de beatería literaria. Porque seguro que me gustaría ser un escritor con carisma, con ángel, tener mis lectores fieles y, no nos hagamos, vivir de eso. Pero más de un ejemplo hemos tenido de muchachitos endiosados –me parece que hace unos años alguien llamó a un escritor norteño, "la mente más brillante de su generación"– que terminan siendo crucificados por sus propios adeptos. Como dice mi papá –respecto a la vida cristiana pero que aplica en este caso: Lo importante no es como empiezas, sino cómo avanzas día a día, y sobre todo, cómo envejeces.