viernes, 1 de octubre de 2010

A veces, o la pregunta incómoda

La poesía permite al hombre completar su idea de realidad más allá de la simple experiencia histórica.
García Berrio, teoría de la literatura. 27.

Probablemente una de las cosas más aterradoras en la vida es ese momento en el que alguien se te acerca y, con todo el candor posible, con los ojos llenos de esperanza y la sonrisa enorme, te pregunta qué es la poesía. Es decir, seguro que uno puede recitar, según las preferencias y afinidades del interlocutor, a Aristóteles, Wittgenstein, Dámaso Alonso, Octavio Paz, un poeta beatnik o surrealista, o en el peor de los casos hasta a Sabina y/o su hermanito menor Arjona. Que si la instauración del ser a través de la palabra o el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser en una mesa de disección, lo cierto es que cada vez que intentamos definir lo que es poesía sentimos que hay algo más que se nos escapa decir, algo que está ahí, que es obvio pero no por eso deja de ser inexplicable. 
Yo, más por cobardía que por mesura, siempre he intentado mantenerme lo más lejos posible de esa pregunta, y más si la respuesta no es sólo para mí mismo. Porque si somos honestos, quien hace la pregunta no suele tener tiene las mejores intenciones. Tal vez quiere verte dudar, tomar tu definición, arrastrarte a sus pies y hacer gala de su aceitada memoria, o bien simplemente no la ha encontrado todavía ni en los poemas que ha leído, ni en la música que lo emociona sin entender la letra, ni en piezas de arte ni en el punto en el que se unen la oreja y el maxilar en el cuello de una mujer con el cabello recogido. Y ante tal cosa no hay nada que hacer.
A pesar de todo, me doy cuenta de que eso no significa que no valga la pena intentarlo, ya sea a nivel personalísimo, casi secreto, ya a niveles académicos. Porque a veces –casi nunca, admitámoslo– también los académicos logran desnudarse de tantas cifras y genealogías, las disecciones y clasificaciones, y se encuentran frente a frente con la poesía. Frente a frente. Ese momento en el que contemplas algo y te quedas inmóvil, apenas respirando, con la piel chinita, como si vieras a los ojos a algún animal salvaje, hambriento, a punto de saltar sobre ti. 
Y a veces, muy de vez en cuando podemos decirle a alguien más lo que contemplamos. Poner en palabras, en unos cuantos trazos aquello que vimos, o mejor dicho, lo que fuimos al ver, al contemplarnos viendo lo que vimos. A veces despertamos en otros ese mismo recorrido de la sangre, esa electricidad traslúcida que nos recorre en dos segundos cuando nos encontramos, cuando la parte que nos ha hecho falta toda nuestra vida, la parte de que no es ni niñez ni adolescencia ni el envejecimiento prematuro, nos pasa por la frente y nos sonríe. A veces, casi nunca pero a veces, podemos encontrar poesía hasta en los libros de teoría sobre poesía.

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