viernes, 9 de julio de 2010

A veces hay posts que, sin importar cuánto te esfuerces en escribirlos, cuánto los pienses y calcules, cuántos inicios diferentes con sus respectivas versiones les hayas hecho, simplemente no se dejan terminar. Posts sobre la posmodernidad o sobre sistemas futbolísticos, sobre los chairos y los hipsters, sobre el arte –o mejor, sobre cómo percibes y entiendes el arte–, sobre cuán insoportable te parece Nietzche más allá de lo que diga, por su sólo nombre, sobre Jung y el inconsciente colectivo o las diferentes clasificaciones de la lluvia a partir de sus formas de mojarte la cara. Simple y sencillamente no se dejan terminar. Puede que sólo los pienses, que hagas una anotación simple, una o dos palabras claves en tu libretita negra. Puede que hagas una versión a mano o que la escribas en blogspot y la guardes como borrador. Pero al final, esos posts quedan abandonados, esperando que acaso te acuerdes algún día y los retomes. O no.
Y si somos honestos, generalmente esos posts –y podríamos sustituir "post" por tesis o trabajo o conseguir novia o finalmente comportarte como adulto– se vienen abajo por tus muy conocidos cambios de ánimo, porque desde hace un tiempo no tienes idea de quién eres, porque en cierto momento que todavía no logras identificar –o que no quieres, por cobarde– perdiste la confianza en lo que haces, la ambición que te caracterizaba, las ganas de hacer las cosas que entonces te gustaban; porque al primer fracaso te viniste abajo y no supiste cómo reponerte.
Pero hay otras, muy contadas veces, en las que parece que finalmente te recuperaste. En la que los días nublados en lugar de deprimirte te dan ganas de trabajar, en los que firmas una carta compromiso –en la mitad de una servilleta del café de siempre– de terminarlo todo antes de agosto, por dignidad y por amor a una mujer (regina spektor, no se espante), en las que finalmente todo parece estar listo para ser terminado. Y entonces, pasan cosas, cosas afuera de ti, que no logran alterarte completamente –bravo– pero que alteran las "condiciones óptimas" que siempre has creído necesitar. Cómo hacer para que las cosas que pasan afuera no afecten tu ritmo, no te destruyan –de afuera hacia adentro– ni te distraigan?
Siempre me han maravillado esas personas firmes, que contra toda adversidad "triunfan", logran sus objetivos, posponiendo todo cuestionamiento moral y de esencia. Y me maravillan porque no entiendo cómo lo hacen, cómo soportan su consciencia. Y porque secretamente, sin decirlo a nadie, sé que en algún momento su inconsciente cobrará facturas –se nota que he estado leyendo a Jung?– de una manera temible. Porque, por puro morbo, me gustaría verlos.

1 comentario:

G Velázquez dijo...

tal vez los verás... cuando termines y ya