martes, 29 de junio de 2010

Photosyntesis o de la falta de honestidad necesaria para seguir

** Para esta entrada se sugiere hacer clic en el botón play del video al final de ella e inmediatamente después pausarla para que se cargue. Posteriormente lea de principio a fin la entrada, y al terminar –insisto, sólo hasta haber leído completamente la entrada–, corra el video. Sonría y cante si así lo considera pertinente.


Si fuera honesto, si tuviera que ser completamente honesto, entonces diría que ya no soy yo quien escribe en este blog. O más precisamente, que desde hace mucho tiempo no soy completamente honesto con nada en la vida. Pero ciñámonos a este blog: antes escribía cosas que me pasaban, cosas que pensaba o sentía, cosas que me llegaban a la mente justo en los momentos importantes. Ahora sigo escribiendo lo que se me ocurre, pero todo parece terminar siendo un mero ejercicio de estilo, un despliegue premeditado de ideas que terminan, inevitablemente, enfatizando ciertas características que, de forma consciente o inconsciente, me dejan bien parado frente al lector o que por lo menos me ayudan a construirme el ideal de algo que se pueda parecer a mí.  A lo que me parece que sería bueno que yo fuera.
Si fuera honesto tendría que decir, por ejemplo, que soy una burla para todos aquellos y aquellas que son o pretenden ser poetas. Por muchísimas razones. Cada vez compro menos libros y, cuando lo hago, es sólo porque están baratos –baratos que me interesen pues. Apenas y me acuerdo de la última vez que compré un libro porque había ido a la librería específicamente a comprarlo. Y fue narrativa. Cada vez leo menos poesía –en realidad, cada vez leo menos, me distraigo con cualquier cosa, incluso con este blog– y cuando la leo, no puedo evitar la mirada utilitaria, esa que te hace marcar los fragmentos que podrías usar para tus propios poemas. Esos que hace mucho que no escribes. Este año terminé, a trompicones, mi primer poemario, y cuando lo leo me parece que es inmaduro, disperso, falto de compromiso e infantil, o sea, un fiel reflejo de mí mismo. Tengo cuatro proyectos de poemario y ningún poema hecho todavía.
Contrario a lo que intento que parezca en este blog –y en algunas conversaciones por msn–, soy terriblemente ordinario. En realidad, ser terriblemente ordinario sería ser algo no ordinario, por lo que correcto sería decir que soy regularmente ordinario. Sí, estoy un poco obsesionado con la música, especialmente con aquella que no tengo todavía y que puedo descargar, pero la verdad es que a la menor provocación saco el cobre. Me gustan las cumbias mexicanas, los ángeles azules por ejemplo. A pesar de que tengo una memoria pésima, puedo cantar completas "nunca te olvidaré" de Enrique Iglesias y "Sin ti" de Shakira, además de poder cantar casi en su totalidad "azul" de Christian Castro y "I want it that way" de los Backstreet boys. Mi secreto es que, desde los 16, decidí alejarme de lo que a todo el mundo le gustaba e intentar hacer que me gustaran las cosas que pocos conocían. Eso y que gracias a la férrea educación cristiana de mi casa  fui intelectual y musicalmente virgen hasta los 15, salvo los coqueteos con el pop mencionados anteriormente. 
No pertenezco a ninguna clase social; soy demasiado pobre para poder tener – para pagarme el– buen gusto y demasiado pretencioso para aceptar ser pobre. En las fiestas soy terriblemente aburrido, por lo que tengo que recurrir al alcohol, lo cual me lleva a la vulgaridad, pero tengo demasiada moral como para entregarme por completo a sus delicias. Entonces, tristemente, soy demasiado vulgar como para ser un buen cristiano y demasiado cristiano como para ser un vulgar feliz. No sé cómo relacionarme sentimentalmente con las mujeres, quizá por el hecho de cuando alguien me gusta me pongo demasiado nervioso y porque les tengo miedo a las mujeres bonitas. Nunca me he enamorado completamente, y las relaciones que he tenido han sido fundamentalmente por no tener nada más que hacer. Me aterra el compromiso, el fracaso, el quedarme viejo y seguirle teniendo miedo a las mujeres hermosas.
Pero a pesar de todo creo en el amor. Creo que en algún momento, de alguna misteriosa forma, podré finalmente decirle a ella o aquella que siempre estuve enamorado, que la he esperado por muchísimo tiempo. Que ella o aquella dirá alguna frase inteligente, con un toque de humor brillante, encantadora, y que al instante se enamorará de mí. Que nos casaremos y tendremos hijos. Que tendremos una casa de campo y que cuando me retire –la parte del trabajo del cuál me retiraré no está muy clara– viviremos ahí, y tendremos una vaca y una huerta familiar. Por cierto, si fuera honesto tendría que confesar que me encantan las comedias románticas porque son predecibles y cursis y en ellas nadie se preocupa por lo que cuesta hacer regalos ni invitar a cenas románticas, ni tampoco por trabajar o por sacar dinero del banco. 
En fin, que si tuviera que ser honesto, me daría cuenta de que nada de lo que hago, de lo que he dicho, hecho o escrito hasta ahora, sirve de gran cosa. Que soy un fraude como poeta, como académico, como hombre. Que me causa repulsión la idea de madurar, de dejar de lado los desplantes de niño, que tengo problemas con la autoridad, con la disciplina. Que la única música que me sale bien tocar y cantar son canciones cristianas pero para tocarlas profesionalmente tendría que ser un buen cristiano. Que escribo fundamentalmente para obtener la aceptación de los demás. Que estoy vivo sin saber por qué y para qué razones específicas y particulares lo estoy, y que no sé si logre saberlo antes de morirme. 
Afortunadamente, nadie me ha pedido hasta ahora ser honesto.


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