m. Éste es el beso de mi vida...
h. Éste es el beso de tu vida hasta ahora...
Los Simpsons, la película
Por fin termina el 2009, un año largo, larguísimo, terriblemente intenso. Ahora que trato de pensar en todo que ha pasado, siento como si en este año hubieran pasado cinco o seis años. Termina un año de atasque de música indie –hace un año apenas y conocía el género y hoy tengo más de 20 gigas de música clasificable como tal–, de mucho futbol, de campeonato puma, de la peor temporada, de Beirut en México, de golpes en bicicleta, de estar solo y encontrarse a los amigos necesarios en el tiempo correcto, de estar triste, de estar feliz, de estar feliz por estar un poco menos triste que antes, de intentar definirse, de entender que ciertas decisiones deben ser tomadas pronto, de no poder terminar nada de lo que empiezo, de darme cuenta de que tal vez nunca me vuelvan a pagar por estudiar. Un año de mucha gente, de gente que apareció cuando no me lo esperaba, y que se logró meter en mis ojos, en mi cabeza, en mi estómago, en eso que los conocedores llaman corazón –yo no les creo–, gente muy querida a quien lastimé, gente que me lastimó, personas que son como fantasmas que aparecen justo cuando los necesitas.
Si tuviera que resumir todo lo acontecido, lo diría en tres puntos. Primero, me he dado cuenta de que, si bien ando por el mundo pintándome a mí mismo como un atormentado, como cobarde y enamoradizo, puedo lastimar a la gente. Y no sólo eso, me doy cuenta –con preocupación, no se crea, querido lector, eso sí que es preocupante–, que durante este año he sido más de una vez un coldhearted bitch. Es terrible darse cuenta de que todos, hombres y mujeres –dioses, perros, niños, animales domésticos, ... alguna vez dijo el poeta– terminamos por ser en algún momento –o en muchos momentos– coldhearted bitches.
Segundo, en este año aprendí que no soy nada del otro mundo. Suena bastante estúpido, pero si usted, querido lector o lectora, me conoce de hace más de un año, me entenderá perfectamente. Poco a poco mi orgullo de poeta, de traductor, de estudiante de lingüística y demás parafernalia, poco a poco, todo eso, se ha venido abajo. Lenta, pero sistemáticamente, he fracasado en todo lo que hago. Soy un fracaso de estudiante, un profe mediocre de escuelas patito, una joven promesa de la poesía poblana, un músico amateur, siempre amateur. Y nada más.
Tercero y último, que considero el descubrimiento más importante. A lo largo de este año he logrado entender que todas las cosas, todos los hechos, todas las personas, son siempre más complejos de lo que nos imaginamos. A veces juzgamos a la gente por ser coldhearted bitch, –y usted puede sustituir el término por el de su preferencia, es decir, pecador, cabrón hijodeputa, ojete, tonto, player, frívolo, desgraciado o lo que su ideología y gusto mande, a mí no me dan miedo las palabras–, sin considerar que las cosas pudieron haber sido más complejas. Tal vez esa persona se comporta así para evitar ser lastimado de nuevo, o por miedo a lastimar a alguien más, o porque simple y sencillamente no sabía lo que hacía. O nos regocijamos en el fracaso de esa persona que se pavoneaba por la facultad y que ahora sufre para sacar su tesis, sin pensar que podría ser que el tipo en realidad no tiene la menor idea de lo que quiere o tal vez sí, pero quiere tantas cosas que no sabe, o tal vez tenía que comprobar qué es lo que no quiere hacer para poder entregarse a lo que sí quiere, y que en realidad no se pavoneaba, sino que tenía miedo de llegar a donde precisamente está ahora.
Parece poco, pero para mí es suficiente. Aprendí mis lecciones, y ahora exijo que se termine el año. Y lo termino feliz, porque por lo menos sé lo que no quiero hacer, y sé que debo aprender a tomar las decisiones correctas en el momento correcto, y porque como hace un año, canto a grito tendido una canción que me avergüenza un poco porque no es trendy, pero qué importa. Porque al final de cuentas, la vida sí es más compleja de lo que parece.
http://www.youtube.com/watch?v=mUTduolNstk
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