Es lunes y mañana aplico exámenes. Ésta será la última semana de clases en una de las escuelas en donde trabajo. El jueves pude resistir el egoísmo, y en vez de comprar tenis o zapatos para mí mismo –me gusta mucho comprar zapatos– le compré unos a mi hermano. El viernes pasado los hígados reptantes ganamos, y aunque metí un autogol y fallé un penalti, considero que no jugué mal. El fin de semana trabajé en algunos nuevos poemas para el Dossier Desesperanza y espero que pronto quede listo. Además, descargué discos de la banda de mi amorcito Toni Collette –francamente malo–, el nuevo de Jamie Cullum, y el Black cat white cat del superhéroe de los chairos Emir Kusturica. Así que, en términos generales estoy feliz.
Y sin embargo, siempre hay algo. La semana pasada le hice por mensajero uno de mis berrinches más burdos, vulgares y estúpidos jamás vistos a la señorita X y estaba seguro de que no me volvería a hablar, que no me lo perdonaría. Después, justo mientras limpiaba por primera vez mi papelera –no lo sabía, pero mac no borra nada de lo que eliminas sino que lo mantiene en la papelera, así que tenía como setenta y tantos gigas de basura–, me di cuenta de un par de cosas que ya antes había sospechado. Primero, que todos las veces que me he "enamorado" –y le pongo comillas porque el único amor de mi vida fue Dianita, de primero de primaria–, han sido como de chocolate, es decir, como que contaron a medias. Alguna vez le dije a alguien que mi problema es que todos mis enamoramientos han sido por contacto. Conozco a alguien, somos amigos, y luego me doy cuenta de que me atrae cada vez más. Y de pronto estoy enamorado. Entonces me comporto como un verdadero patán, tal vez para alejar a la chica en cuestión, tal vez para protegerme a mí mismo de enamorarme verdaderamente.
Segundo, que siempre, de alguna u otra manera me he involucrado en relaciones enfermizas. Las favoritas han sido con gente que me lleva más de 5 años, y que por lo tanto considera un simple desliz salir conmigo. Pero además, me doy cuenta de que cuando una relación va bien, tranquila, intento a toda costa sabotearla con berrinches, con malas actitudes, con el miedo –o la esperanza inconsciente tal vez– de que todo se eche a perder. De alguna manera, creo que es mi forma de evitar el compromiso, el casi inevitable siguiente paso y sus sucesivos, el que te conozcan totalmente.
Y bueno, no sé si darme cuenta de el asunto me ayude a cambiarlo, ni si con la señorita X tendría que ser distinto. Simplemente creo que, de entrada, con ella rompimos la primera regla porque si bien hemos salido, no somos amigos. Nunca fuimos amigos. Por eso me da miedo, porque no la conozco y porque no sé qué hacer. Porque al final de cuentas, intento vaciar la papelera de las mujeres a las que he querido y no encuentro referente. Eso, damas y caballeros, me preocupa.
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