sábado, 8 de agosto de 2009

Swing... abanica... y se canta el tercer out!!!



Éste supondría ser un post de vítores para los Pericos de Puebla, que con un contundente 4-1 contra los Leones han pasado ya a la final divisional y están que no creen en nadie. Veremos si la maldición del robo en home de Gastélum –en las narices de miles de aficionados pericos– se anula con la poderosísima defensa emplumada. Y digo que supondría porque aún a pesar de no haber ido a ninguno de los tres juegos en Puebla –y que definitivamente valieron lo que costaron en atrapadones, batazos oportunos, ponches y jonrones–, sí escuché todos los partidos por la radio y en verdad me emocioné con los grandes juegos.
Y es esa emoción, precisamente, lo que motiva este post. Hace más o menos un mes fui con D al parque de pelota a ver un partido entre Guerreros de Oaxaca y Pericos de Puebla. Después del necesario alarde sobre nuestros respectivos equipos, me di cuenta de que, aunque parecía que ambos mirábamos de la misma manera –casi serios, con un par de comentarios de vez en cuando sobre un picheo o una jugada– existía una diferencia fundamental entre su percepción del beisbol y la mía. Sus comentarios eran reflejo de muchas tardes en el parque, de silencio y explicaciones desde niña. Los míos se basaban –se basan– fundamentalmente en lo que escucho en el radio. Y es que si bien uno de los requisitos para asistir al beisbol regularmente es ese voyeurismo, no todos los beisboleros lo son de la misma forma. A mi parecer, existen tres tipos fundamentales de voyeurs del beisbol –del beisbol mexicano, porque las ligas mayores están sólo por tele en cable–. En primer lugar, los y las voyeurs que como D asisten regularmente al parque y aprenden a mirar el beisbol de la gente con quienes conviven, generalmente desde la infancia. Un niño –o niña, digamos, una niña llamada D– asiste con su papá y su hermano, o con su mamá y su hermano, o con su papá su mamá su hermano. Mira, pregunta, aprende en silencio. Segunda opción, de la que creo formar parte, aquellos que preferimos escuchar el beisbol. Somos, en algunos casos, más aficionados de la palabrería que del deporte mismo, o mejor dicho, no entendemos ningún deporte sin una buena narración. El tercero, el más sabio de todos, es el que junta ambas experiencias. Asiste al parque y lleva un radio consigo.
A pesar de lo tentador que resulta llevar un radio al partido, me atrevería a decir que son sólo los aficionados de más de 50 años los llevan. No sé a qué se deba, pero los jóvenes y los esposos de menos de 49 van juntos y ven el partido así nomás. Y a veces se ve, junto a esos esposos, el papá de alguno de los dos, sentado a dos lugares de la pareja, con una gorra de pericos, un radio pequeñito y una cara de no me importa lo que pasa más allá de lo que estoy mirando y lo que escucho. Yo mismo deseo poder un día, con un radio pequeñito pegado a la oreja, ir a un partido de beisbol, pero sé que en asuntos beisboleros es imposible desafiar a la tradición. Tendré que esperar a los 50, y que en esos entonces sigan existiendo los radios portátiles, los pericos de puebla y Radio Tribuna 1250 de am, y lo más importante, que Miguel Ángel Bird siga narrando los partidos.
Porque el beisbol de pericos no es lo mismo sin la magia del cronista. No puedo pensar el beisbol sin la voz de Miguel Ángel Bird, sin términos brillantísimos como "bambinazo" por jonrón o "mercurio" por corredor, que cualquier poeta de buena familia envidia. Pero sobre todo, ayer mientras miraba un ratito el partido de los yankees vs. red socks –a los cuales detesto por igual–, me fue imposible mirar un ponche sin recordar, una y otra vez, el ya tradicional Swiiiiinnnnng... abanicaaaaaaa... y se canta el primer –o segundo o tercer– out. Eso, señores y señoras, es poesía de campo en boca del cronista. Es dinamita pura, es serpentina para la fiesta.

P.S. La foto no es de esta temporada, sino de cuando el cuarto bat todavía era Dony León en vez del maravilloso –y millonario después de saquear tantas veces la caja registradora– Willis Otañez. Y bueno, la puse porque está bonita.

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