Ya de rapidito, y mientras llueve, las efimérides del día. Un día como hoy pero en 1936 un grupo de soldadejos español sin nombre mató a Federico García Lorca. Me gustaría poner un poema de Poeta en Nueva York, tal vez el del rey de Harlem, pero me da flojera copiarlo y no quiero sacarlo de internet. No sé, siempre detesté a los poetas mayores, a los imprescindibles, precisamente por ser eso. Demasiada presunción del libro en el brazo, de los versos memorizados. Pero a García Lorca nadie lo menciona. Todos saben de él, al menos un poquito, pero no está de moda. Por eso se puede leer a gusto, tenerlo en el librero, escondidito, volver a mirarlo de repente, cuando hace falta un poeta imprescindible. Si yo fuera poeta español del 27, me hubiera gustado morir fusilado. Y por qué no, llamarme Federico.
***
Un día como antier de este mismo año, un pitcher de los pericos de puebla nos rompió el corazón a muchísimos aficionados, fans y voyeurs de los deportes por igual. Su nombre, Orlando Román. El relevista emplumado no dio una en las dos series de postemporada. Contra Yucatán estuvo a punto de echar a perder un juegazo, él solito, y de estar 6 carreras arriba dejó la pizarra a una. Y el lunes, en un juego maravilloso, después de que los pericos remontaran un 4-0 desde la primera entrada, y se pusieran arriba 14-9 a principios de la novena, el señorito Román tiró basura y abrió la puerta de la casa para los tigres, que terminaron ganando 14-19. Esperemos que no regrese la próxima temporada, porque resulta increíble que el trabajo de todo un equipo, de toda una temporada, se eche a perder por un pitcher. Es triste ver cómo el fracaso es implacable, cómo lo que esperamos con ganas se queda en el borde. Otra vez en puebla.
Para conmemorar a los pericos, a su gran defensiva, a Sotañez, maravilloso primera base, a Tapia, el catcher que jugó hasta el día en que murió su padre, a Serrano y Torrero que hicieron una dupla de miedo en el segundo corredor, a Cervantes que se recuperó de dos errores costosísimos, a René Reyes maestro del bate oportuno, a Serafín Hernández siempre implacable, a Suárez que echaba humo el lunes y al "jiuston" Jiménez por ser un maestro. Para celebrar su poderío, a pesar de la derrota, mi poema preferido de Lizalde. Arriba pericos, todos, menos Orlando Román y Marino Salas. Curiosamente, los pitchers extranjeros
Charlie Brown en la loma
(Tango de otro viudo)
En la noche asesina, y solo en el montículo,
¡qué soledad a veces, Charlie, pavorosa!
con casa llena,
y ya en la parte baja de la octava,
y tirando wild pitch -uno tras otro -,
salvaje, eterna soledad, de veras.
Cósmica soledad del lanzador al centro del diamante.
Una mirada al fondo, de ratón acorralado:
toleteros veloces, atentos y enemigos,
y tristes jardineros fraternales
a los que ciega el sol bajo las bardas.
Al frente, el bateador,
la noche arriba.
Lluevan, cielos,
derrúmbense las niebas sobre el parque.
Viudo en la loma,
como bajo la ducha en esa infancia
que dejábamos ya, soñando en alta diosas
o primas ruborosas e imposibles,
y haciéndose una horrible, deprimente puñeta
en la mañana.
¡qué soledad, de veras, Charlie!
– y falla el doble play, para acabarla.
Eduardo Lizalde
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