Todos conocemos a una persona que, sin saber mucho de nada en específico, opina de todo lo que se le ocurre. Pues bien, yo soy así. La única diferencia es que generalmente se me ocurren tonterías, y sólo muy de vez en cuando –generalmente intento que esos cuandos sean precisamente cuando nadie está interesado, o al menos no está tan en boga– me interesan temas de importancia.
Hoy tengo dos temas en el –nótese la expresión terriblemente anacrónica, en realidad debería decir en la cabeza, o en los postits de la pared, o en el notepad de la compu– tintero. El primero lo pienso dejar para al rato, quizás mañana, y gira en torno a la música como negocio de la necesidad, del státus social, de la habilidad para el engaño. El segundo, que pienso tratar aquí, está todavía difuso, pero nadie nos dijo que para que hacer un blog –a diferencia de otras miles de cosas– habría que poseer el don de la claridad.
El tema es la conciencia política. Es interesante darse cuenta de que la expresión –conciencia política– siempre está en itálicas, en cursivas siempre, aún cuando la oralizamos. Conciencia política. Suena terriblemente rimbombante, como cuando en un equipo de futbol se habla de espíritu o de garra, o en una empresa multinacional se habla de productividad. Y lo que es peor, parece estar vedada a los estudiantes comprometidos con alguna ideología, con profesores izquierdosos, con guerrilleros de ciudad. Y me interesa el tema precisamente porque, después de ver el GRAN triunfo priísta en méxico, que derrotó aún a la campaña de anulación de votos, uno, que generalmente se rodea de buenas personas, de gente inteligente, gente escéptica o gente desencantada –o las tres cosas al mismo tiempo–, no puede sino sentirse tremendamente confundido. Y más confundido al ver que son no solamente los viejitos derechistas, las familias acomodadas, los empresarios o los agremiados de la CROM –entre muchas otras– los que mantienen a los partidos de GRAN derecha, sino que la gente joven, los que crecimos con las devaluaciones, con los papás sin trabajo, con las mamás con dos trabajos, con la escuela pública en la cuerda floja, se relaciona y legitima a estos partidos, o en el mejor de los casos –y mejor no por su valor e importancia, sino por ser el menos malo– nos mantenemos sin opinión.
Me explico un poco más. En lo que va del año, he bajado mucha música, que independientemente de ritmos, armonías y sonidos, se clasifica como "indie". Debo decir que el sonido folk medio melancólico, post Bobdylaniano, post Vanmorrisoniano me resulta tremendamente atractivo, así que cada vez bajo más y más música. Sin embargo, el término indie –que en el origen significa simplemente "independiente"– me incomoda. Así que hago lo lógico en estos casos. Lo googleo. Y como es casi obvio, sale la definición de wikipedia. Encuentro lo que ya sé, el sonido "alternativo", lo no comercial etc. Pero entre los términos relacionados encuentro hipster. El hipster original, el de los 40's 50's, era el que gustaba del jazz, del hot jazz específicamente. Después la expresión se relacionó con los beats americanos y así sucesivamente con los diferentes movimientos culturales gringos, hasta que en los 70's-80's el término se acercó más a los "jóvenes-adultos" –o sea, chavoñores– ya con trabajo y con suficiente capital como para "comprar" lo que quieran, pero sin las responsabilidades de casa y familia. Estos hipsters son los que se comenzaron a preocupar por la comida orgánica, por los derechos laborales –siempre y cuando sean fuera de su país de origen–, los que van a las protestas con su cámara y su ipod en mano, los que pagan 500 varos –o su equivalente en moneda local– para ir a un concierto "alternativo". Son personas que reúnen en sí mismas "lo mejor" de los dos mundos. Saben de modas "alternativas" y tienen el dinero para integrarlas, o mejor dicho, par integrar eclécticamente lo que les gusta de cada moda que conocen. Otros términos para el hipster son Bobo (burgois bohème) y su versión clasemediera Bobo prolét, hipitecas, pandrosos, y el más actual de todos, chairos.
Y qué tiene de malo ser chairo, me dirá usted? Qué tiene de malo ser ecléctico, tener buen gusto, consentirse de vez en cuando con lechugas libres de tóxicos? Pues en sí mismo nada, salvo que, casi inevitablemente, el hipster diluye todo cuestionamiento social, toda conciencia política, toda filosofía de vida, o por lo menos, no se lo toma tan a pecho. No hay compromisos, no hay preocupaciones, no hay nadie más allá de nosotros, los que nos entendemos. Sí, hay pobres, pero son pobres porque no trabajan. Prefieren salvar ballenas o unirse a green peace que, digamos, darle de comer a alguien que toca el timbre en tu casa y te pide un pan.
Y es eso, lector apreciado, lo que me preocupa. Pensarme tan hipster, tan chairo, tan diluído, tan bajando música indie, escribiendo poemitas, tocando la guitarra, que no me preocupe el otro, que mi conciencia social esté famélica. En diferentes formas, el NUEVO PRI es nuestra culpa. Culpa de la inacción, de la falta de compromiso, de lo cómodo de la vida chaira. Es nuestra culpa que haya juventudes priístas o panistas, que las mamás digan que estábamos mejor con el PRI porque ellos al menos sabían cómo robar sin que nos diéramos cuenta. El problema, como siempre después de darse cuenta de un problema, es qué hacer, cómo quitarle las cursivas a la conciencia política?
Sería más fácil si en la vida se aplicaran los fundamentos de las computadoras, porque entonces sólo tendríamos que oprimir el botón Control y la tecla K –o en mac, las teclas CMD y I– simultáneamente. Carajo.
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