viernes, 1 de mayo de 2009

old dirt hill, o La bajadita 2-0 Samuel

Ponga play mientras lee el post. Ya verá que sale bien.



Desde hace un buen tiempo considero que los psicólogos son la profesión más prescindible del mundo. No sólo eso, creo que muchos de los males sociales del siglo veinte, en especial en cuestiones pedagógicas y educativas son directamente su culpa. Razones sobran. Como ejemplo, pienso en uno de sus "maravillosos" descubrimientos: "Todo viene de la infancia, las causas de que seas como eres, que seas como no eres, que parezcas lo que pareces".  Un representante de cualquier otra profesión podría decirlo sin cobrar tanto. Es decir, de alguna u otra manera, todos nos vamos dando cuenta cuando finalmente cumplimos caprichos como comprar tenis carísimos, o cortarnos el cabello de determinada forma, o estudiar tal o cual cosa o enamorarnos de cierto prototipo de personas. Siempre podemos encontrar indicios en la infancia. El asunto primordial reside en sentarse o acostarse, o digamos, lavar los trastes, y pensar un poco, intentar recordar ciertos asuntos que nos marcaron. Creo que es un buen ejercicio, y al final siempre terminamos sabiendo un poco más de nosotros mismos. Ciertamente no garantiza cambiar nada, pero por lo menos después no nos sorprende que pasen las cosas.
Escucho la canción que tarareaba mientras me caí de la bici, Old dirt hill, y pienso en mi infancia. Específicamente, en los días de Santa Cruz Buena Vista, una casa con un patio enorme, como selva, una calle cerrada para poder jugar, amigos vecinos -como casi nunca más- y una pendiente empedrada, inclinadísima, por la que se llegaba a la cerrada. 
Siempre he sido el más joven entre mis amigos. En esta calle, del lado derecho de mi casa, vivían los GD, entre los que destacaba -al menos para esta historia- Daniel, 2 o 3 años más grande que yo. Del otro lado, Eliel y el Chato, Cuatro años más grandes. Yo tenía entre siete y ocho años, y si a eso le sumamos que siempre he sido un poco -o un mucho- torpe, podemos imaginarnos mis tardes. Siempre jugando basquetbol, o fut, o canicas, o andando en bicicleta. Siempre atrás de los demás, porque eran más rápidos, más fuertes, porque decían groserías y golpeaban mucho más duro.
Siempre el último en asumir los retos. Mirando de lejos cómo alguien se atrevía, digamos, a subirse al techo en construcción de alguna casa, y esperando, sin mucho éxito, que los demás no decidieran subir también. 
Uno de esos días, en las bicicletas -recuerdo bien la mía, una bmx verde, con cubiertas de plástico que obviamente le quité, pues la hacía verse nueva y fresa, mientras los demás tenían bicis negras o grises, todas sucias, gastadas por el uso-, a alguien se le ocurrió que debíamos subir a la pendiente, y llegar hasta la última casa. Subir y bajar. Simple. Así que Daniel, el más salvaje de todos -recuerdo que tiempo después solía meterse al gotcha en shorts- lo hizo primero. Bajar t-o-d-o-t-e-m-b-l-a-n-d-o porque la pendiente está empedrada, dar vuelta a la izquierda y enfilarse al final de la calle. Simple. Lo hacen Daniel y el Chato. Sin problemas. 
Me toca a mí. Nunca lo he hecho. Pero debo hacerlo, porque todos lo hacen y yo no podría hacerlo. Parece fácil. Así que subo los pies a los pedales, y me encamino. Voy brincando en lo empedrado, y me doy cuenta que sólo sirve el freno de adelante. Rápida decisión, frenar, con el riesgo de salir volando hacia adelante, o intentar controlar la bici con manubrio y pies. Opto por lo segundo. Logro dar la vuelta decentemente y todo parece que al final de cuentas saldrá bien. Pero topo con unas piedras en la orilla de la calle, que intentan proteger a la gente de un desnivel de más o menos 1.20 metros hacia abajo. Así que caigo en el desnivel.
Rápidamente me levanto, me sacudo el polvo y levanto mi bici. Tengo siete años y no quiero que los demás -que me llevan al 3 años y por lo menos treinta y siete paseos de "bajadita"- se rían de mí. Pero la hermana de Eliel me mira y grita: Sangreeeee. Me toco la cabeza, y la veo, mezclada con tierra. No puedo contener las lágrimas, pero no quiero que me vean llorar.
A partir de aquí, no recuerdo mucho. No sé qué hicieron los demás niños de la calle. No sé si huyeron a sus casas o se quedaron hasta el final. Mi hermano me cuenta que estaba en la misma casa donde ocurrió todo, así que salió corriendo a nuestra casa para llamar a Mamá. Yo no recuerdo más que estar ya a oscuras, dentro de la casa de Eliel, recibiendo dos puntos en la cabeza. Y recuerdo al doc de la calle diciendo. Va sin anestesia, porque si te la pongo serán más piquetes, y en realidad no servirá de mucho. 
Hoy, 17 años después, me volví a caer de la bici. Me había costado trabajo volver a usarla y de hecho, no la había usado hasta que me sentí listo. Llegó un momento en el que hasta me sentí un conductor seguro. Es decir, me sigo considerando precavido, siempre espero a que no pasen coches y freno, tal vez demasiado. A pesar de todo,  me caí. Creo que tener la cara moreteada, dolerse de los brazos y esperar las cicatrices, no se compara con el miedo a que vuelva a pasar. No que tenga miedo a volver a subirme a una bici, sino el miedo a ese momento, justo cuando vas bajando, rápido, con el aire en la cara y la sonrisa a tope, cuando te das cuenta que inevitablemente te vas -o volverás- a caer. En ese momento no importan las medidas de seguridad, no importa que hayas llevado la bici a revisión a penas hace un mes. Importa recordarse a punto de lograr llegar al otro lado, y toparse con una piedra que ni siquiera es tan grande. Y levantarse rápido, sacudirse el polvo y llorar un poco sin que nadie te vea.

5 comentarios:

Ireneo Morris dijo...

ni hablar, individuos como tú o como yo somos la prueba fidedigna de que Darwin tenía razón. supongo que en algún momento, cuando los homos salían a cazar mamuts, algo en los genes nos tendió una trampa, y permitió a algunos ser hábiles, diestros (de destreza, nada contra los zurdos)y osados, mientras que a otros nos tocó las de perder. supongo que algún ancestro común de todos los torpes del mundo, a la hora de los madrazos contra el mamut, se quedaba atrás o resbalaba en el fango o incluso alguna vez se clavo solito el arpón en una pierna. fue una verdadera suerte que sobreviviera, sobre todo para nosotros.
por ello es que siempre existen tipos que todas las pueden, que son como los indiana jones del vecindario, mientras que otros, condenados por el atavismo de los genes, nos resignamos a ser traductores o historiadores. ni pedo.

Ireneo Morris dijo...

ya publica las fotos, no seas mamón

Anita Iruretagoyena dijo...

Vaya... auch!
Yo estoy de acuerdo con Camarada. Hay chicos y chicas para los que desenvolverse corporalmente por el mundo resulta muy sencillo. Alguna vez, cuando era niña, me invitaron a subirme al "tarzán", que consistía en colgarse de un arnés que te deslizaba desde una altura como de 4 metros. Todos gritaban mi nombre y se burlaban de mi miedo. Al fin lo hice y caí vergonzosamente a un metro deslizado. Todos lloraron y creyeron que me habría roto la espalda, pero, sin que se lo imaginaran, me levanté espantada y tosiendo.. pero finalmente caminado. Desde ahí me di cuenta que, en mi caso, la coordinación no era el fuerte, pero sí la capacidad de sanar las heridas.
En fin, te lo comparto.

Gran relato. Y la canción una belleza

Areli dijo...

Sin lugar a dudas este post me encanta, tanto porque está amenizado por una canción de DMB, como por la parte del miedo al momento justo en que te das cuenta de que ya todo valió madres. Otra vez no saldrás bien librado. Y además por una piedrita. Puta madre!

Renato dijo...

Han notado cómo Dave Mathews (si acaso ese es su nombre) se parece un montón a Tom Hanks... es bizarro.