lunes, 9 de febrero de 2009

La quinceañera -no se enojen por las fotos, al fin que sí están bonitas, salvo por mi cara de exconvicto-

Estoy cansado. Me duelen las piernas, las manos, la cabeza. Se me cierran los ojos de sueño. Estoy cansado, pero feliz, porque es uno de esos cansancios de felicidad, que podrían describirse como el cansancio necesario cuando uno es feliz y se deprime sólo un poco para poder seguir siendo feliz. Ya el lector se habrá dado cuenta que el tono de mis posts era de extrema felicidad, así que no lo extenuaré con descripciones, que por lo demás serían extensivas de ese estado de alegría semivegetativa, salvo por el punto de que no dormí mucho el fin de semana y que bailé salsa.
No que yo sea un ás de la pista, sino que la situación lo ameritaba. Celebramos el cumpleaños de Areli, una de las personas más constantes en el top ten de las personas importantes de mis últimos años. Areli, la que fungió como madre para mí durante mis veranos en el DF, la que se preocupa por mi salud sentimental. Mi querida Areli. Y celebramos que cumpliría años -precisamente hoy-, y que lo haría bien conservada. Ese fue el tema de la fiesta. Bailamos, comimos y bebimos en honor a las conservaciones. Que se conserve bien, que nos conserve a los que los queremos, que conserve los ánimos y el aguante -aguante locoooo- que hasta ahora ha demostrado. Cumplir años así -no se engañe el lector, en verdad es muy joven, lo de conservarse es burla involuntaria- y estar cansado por eso se disculpa. Y se disfruta. Salud quinceañera.



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