Hoy, como casi siempre desde los últimos dos meses, he llegado un poco antes de las nueve de la noche a casa en Puebla, y he prendido el radio. Antes ponía un poco de música porque casi nunca hay nada bueno los domingos, pero desde que mi papá puso un programa que se llama "Anatomía deportiva" con Raul Chásari -en el AM poblano-, lo sintonizo, tal vez por un poco por costumbre, pero con otro tanto de interés por la manera de tratar temas de futbol y otros deportes.
Esta vez, encontré de entrada, una entrevista de Roberto Gómez Junco. Siempre me ha parecido un tipo interesante. De opiniones claras, a veces tajantes, de una seriedad impenetrable e imponente. En la entrevista, Gómez Junco hablaba de la diferencia entre los aficionados y los fanáticos. Los fanáticos no saben de futbol. Sólo lo miran para beber, y entre más cervezas toman en el estadio, más es su "pasión". Me parece bien atinada la opinión, y a manera de entretenimiento blogístico, quisiera describir más a detalle el milagro de la creación del fanático promedio:
Un buen día nuestro protofanático el señor X -que de niño era el rechazado en las retas y que por ende desarrolló una indiferencia ante todo lo que oliera a pies y bolsas esféricas de cuero pinto- es invitado a ir al futbol. Al estadio. Da lo mismo el equipo, simplemente fue invitado, y como además del trauma del futbol, el señor X -no confundir con el escritor X- está deseoso de aceptación y de nuevos amigos, decide acompañar a los hombres que hasta hace unos días ni siquiera sabían que trabajaba en ese mismo lugar. Así que sí, irá al estadio.
Con un poco de recelo, llega temprano a la cita en la casa del compañero que pondrá el carro en el que todos los de la oficina irán al estadio. Se da cuenta que todos han llegado ya, y que tienen la playera del equipo al que verán, la original, la de quinientos pesos. El señor X hace una nota mental: Comprar la playera del equipo. Comen algo, y beben para ponerse a tono. El señor X piensa que esto puede ser divertido, después de todo.
Finalmente la palomilla de la oficina sale de casa y va rumbo al estadio. El señor X se siente ya un poco mareado, y comienza a aprenderse las canciones y vítores de la porra. Da un alarido que todos aplauden, y comienza a sentir una urgencia por brincar. Han llegado al estadio. La adrenalina corre: todos gritan, se empujan, se pierden entre la gran masa, masa del mismo color, masa de barrigones, despeinados, todavía sin rasurar y con lagañas de la noche.
A pesar de la batalla, llegan a los lugares. Platea central. Desde este lugar se les pueden ver las caras a los jugadores, se escucha todo, de ida y de vuelta. El señor X ya está bastante ebrio y empieza a gritar todo tipo de incoherencias. Que si la hermana del árbitro, que la mamá del defensa. Todos ríen, y el señor X disfruta el partido a todo lo que da, aunque, para ser honestos, no entiende nada. De repente, el balón abandona la línea de fondo. Saque de banda, le dicen. El puerta coloca la pelota en la esquina del área chica, recula cinco pasos, y se dispone a despejar. Al unísono, se escucha ese grito, hoy ya icónico en las canchas mexicanas. Putoooooooo. El señor X se siente verdaderamente prendado de amor. No sólo por la sonoridad del grito, que le enchinó la piel, sino porque el señor X generalmente no dice ese tipo de palabras. Con los ojos entornados lo repite, maravillado, en voz bajita, más para sí mismo que para el portero. Pu…to. Es como un hechizo, el verdadero hechizo del futbol, que no lo soltará por lo que resta del partido, la temporada, tal vez el resto de su vida.
Debo decir que siempre había sospechado esta gran diferencia, pero hasta hoy es suficientemente clara como para compartirla. No es casualidad que, cuando voy al estadio, no me guste sentarme entre las porras. Honestamente, a veces prefiero quedarme en casa y mirar los partidos con mi familia a ir con amigos que sé que terminarán sin voz por tanto gritar.
Lo que es más, detesto las narraciones de los partidos en TV Azteca. Me parecen, para ser breves, narraciones confeccionadas a la medida para los fanáticos. Gritos exagerados, comentarios de cosas que no tienen nada que ver con el futbol, referencias de un comentarista a otro, albures y acotaciones varias sin sentido. No tienen nada de malo, pero tampoco nada de futboleras.
Podrá parecer que presumo de ser un aficionado y no un fanático, y lo cierto es que, honestamente, así lo considero. No me gusta beber en el estadio, no más de dos cervezas, y me gusta vender caro mis gritos. Tal vez un comentario, un "pásala, pásala", "a la banda, pónsela a la banda" y el grito de Gol o de argh según sea el caso. No más.
Y me gusta todas y cada una de las facetas del futbol. Me gusta mirarlo, sin importar qué equipo juegue. Me gusta jugarlo, aunque sea verdaderamente malo. Me gusta pensar en estrategias, analizar equipos y cualidades de tal o cual jugador; me gustan los zapatos y las playeras. Verdaderamente lo disfruto, y no porque yo lo haya querido así. En verdad, lo aprendí de mi padre. Mi padre que lo mismo elogiaba a los panzas verdes del León que al Puebla o a los Pumas del Tuca. Mi padre que me enseñó a detestar al América y a los equipos regios, sin otra explicación más que le caen gordos. Mi padre que cuando le preguntábamos a quién le iba, nos decía que al que jugara mejor. Él sí es un verdadero aficionado, uno que mira solo los partidos, que no hace ruido, que simplemente se sienta o se acuesta, y mira uno tras otro los partidos del sábado en la tarde, hasta la noche. El que jugaba los jueves en la liga de Amistad con los filipanzas, y que después fichó con el real bañil, la crema y nata del futbol de palas y costales. Un aficionado, y más que aficionado, un verdadero voyeur. Un voyeur de los deportes.
2 comentarios:
Amén. Sigo emocionado con el post. Y megalómanamente me adscribo a esos voyeurs que da igual si el juego es del llano o de la champions; A los que la novia les gritonea lo imposible de la actitud; A los que son lo que son y giran en torno al domingo, día en que hay que ir a jugar. Creo que replicaré algo al respecto. Por lo pronto, el equipo va bien, juega la final mañana, contra el Querétaro. No iré, lo escucharé por el radio. Hay un buen cronista, no como los de Televisa, sino como aquellos que saben que lo que hacen es arte y es sustancial para quien les escucha, porque quien narra, finalmente, los ojos de miles, debe saber cómo llegar a todos los sentidos desde uno solo.
sí, generalmente la radio ofrece mejores cronistas. A mí, a pesar de todo, me gusta estadio W. Es como la tienda de dulces especializada en diabéticos.
Sólo tengo un problema con el comentario: Los Domingos, hasta donde yo sé, son día del Señor. Culpa de la formación protestante. Sin embargo, hemos instituido al lunes, que nadie quiere, como el monday night fucho.
Saludos
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