Resulta increible. justo el día que entraron a la casa de Xalapa y se llevaron mis cosas, escribí un post terriblemente honesto, una especie de declaración pública de la desesperanza, de mis decisiones en la fe, que de repente se desapareció. Sin rastro de borrador, nada. Es. Si fuera banco, entonces estaría en bancarrota, sin la menor oportunidad de levantarme, más que el FOBAPROA divino. Hoy, con menos dramatismo y un pequeño brote de esperanza creciéndome de las orejas, lo miro con gusto, porque estaba perdido, y hoy lo encontré entre los borradores:
Hay que tener cuidado con lo que se dice. Uno no puede decir las cosas sólo por decirlas, sólo por quedar bien con otros. Ahora lo sé bien, lo sé cada vez mejor. Como algunos de los amigos implicados en este blog sabrán, soy cristiano. Protestante. Y no sólo eso, soy hijo de misioneros y pastores, heredero de una historia de inversión sobre la Fe y la salvación a largo plazo. Me guste o no, eso soy. Últimamente había comenzado a entender que, haga lo que haga, soy eso. Un hijo de la obra misionera. Un hijo de pastores. Y llegué a la conclusión de que lo mejor es aceptarlo, no dar coces contra el aguijón, sino llevarlo por la paz, de buenas con Dios. Pero ahora sé que es suficiente. Ahora, justo después de que han entrado a mi casa y han robado mis casa lo sé. Y lo sé aún más porque de todas las cosas que se pudieron llevar, al final sólo se llevaron -significativamente- mi mochila. Mi computadora, mis identificaciones, uno que otro libro. En pocas palabras, buena parte de mi vida. Se supone que se habían llevado entre 4 y 6 mil pesos, pero resulta que los encontraron, tirados. Así que el robo se reduce a las alhajas de mi mamá -que al final le dan lo mismo, ella lo ha confesado-, y mi mochila. El golpe fue directo a mí. No se llevaron ninguna otra computadora. No se llevaron el teléfono de mi hermana, carísimo, hijo de la discordia. No se llevaron el estéreo, ni el dinero de mi papá. Sólo mis cosas; las cosas que estimaba hasta antier las más importantes de mi vida. Mi música, mi tesis y mis poemas. Se robaron mi nombre, mi sudor, mi boca, mis manos.
Algunos dirán que se trata de coincidencias. Y es posible. Pero lo cierto es que el domingo, de regreso a Puebla, he pensado en algunas cosas que creo que explicarían -para nadie más que para mí-, lo que pasó.
Para los judíos, uno de los momentos más importantes en la vida de una persona, es, o al menos era en las épocas del templo, la dedicación. La Biblia dice que Dios estableció el sacrificio de los primogénitos, justo en el momento de que el ángel de la muerte pasó por Egipto, respetando sólo las casas marcadas con sangre de cordero en el dintel. Sin embargo, Dios compasivo, cambió ese sacrificio por uno simbólico, la vida de un cordero, o si se era muy pobre, de un palomo, para redención del primogénito. Pero el hecho es que los primogénitos eran pertenencia suya.
A qué todo esto? Al hecho de que mi familia se instauró en la tradición judía antigua, con una vertiente mesiánica, pero mayoritariamente judía. Y a mí como primogénito, nunca me redimieron. Ergo, soy suyo. Y si soy suyo, todo lo que tengo, lo que hago, y lo que digo, también es suyo. Entonces, yo no perdí nada, sino que Él lo perdió a través de mí. O bien, simplemente Él tomó lo suyo. Como dice Oseas 6, "...pues El arrebató, y nos sanará; nos ha herido, y nos vendará..."
Y ahora no sé que más decir. Simplemente, que no me queda Esperanza alguna. Las cosas que tenía, las he perdido. Mis fuerzas se han ido. Mis ganas de hacer, lo que sea, también. Por la boca muere el pez. Recuerdo que el leitmotiv de mi proyecto de poemario Dossier desesperanza, era justamente "ponga su boca en el polvo, si es que aún hay esperanza". Pero ya no la hay. Al menos ya no la encuentro. He tocado el fondo, respiro el polvo, y me contento en ello. Nada más.
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