miércoles, 16 de julio de 2008

ánimo, ñero

Hoy me aplicaron la del picahielo. Hoy, cumpleaños de Dona y día de la virgen del Carmen. Caminaba por la cuatro rumbo a la parada del camión, aproximadamente a las 22 horas 10 de la noche. Llegué a la parada, y como ya me han asaltado, volteé hacia todos lados. Vi que no había nadie y me pegué a la pared, para evitar sorpresas. Me subí al escalón que está ahí -quienes circulan regularmente por la 4 y la 13 sabrán que hay, efectivamente un escalón. De pronto llega un tipo, los ojos medio cerrados y con varias costras en la cara. Me pareció conocido, de algún lado lo conozco aunque no sé si sólo de vista. Lo miro caminar frente a mí, sacar una moneda de a diez y mirar si pasa algún camión. Se veía sospechoso, y después de uno o dos minutos, se acercó a mí. Me preguntó si tenía cambio por dos de a cinco. Afortunadamente, yo había sacado mi moneda de a diez para el pasaje -bendita sea la maña de la sistematicidad- y le dije que nomás tenía eso. Me miró como esperando más, como tratando de entender cómo era posible que no tuviera cambio para su moneda. Repitió la pregunta un par de veces. Le contesté lo mismo. Se acercó un poco más y me dijo: Mira carnal, lo que pasa es que te estamos siguiendo, te venimos siguiendo desde hace dos días, y sabemos lo que trais. Al chile, saca todo el varo y el celular carnal, y si corres ahí están mis valedores para apañarte. Entonces me mostró el legendario picahielos, se levantó la playera y lo tocó con el dedo índice. Curiosamente, nada de su gran discurso me convenció. Tal vez porque pude voltear a ver si en verdad sus valedores estaban cerca, porque mi escalón me ponía a mucho más altura que él, o porque simple y sencillamente no sacó el picahielos. Y le dije que no. Que no tenía nada, que si quería le daba mis diez varos, pero era lo único que traía. Y que si se los llevaba me dejaba sin dinero para mi pasaje. Muy amablemente, me dijo: Mira carnal, ¿qué vale más, tu vida o el celular? Su necedad me empezaba a molestar un poco, y le contesté que me mirara a la cara y me dijera si realmente creía que tuviera dinero para darle. Y entonces ambos nos pusimos nerviosos. Con la mochila cargada de cosas, la computadora, la cosa para escuchar musica y una bolsa con los tenis que recién me había comprado -una verdadera ganga- le dije que no tenía nada más. Y él me creyó. Repitió las partes más intimidatorias de su discurso, y yo le volví a decir que no tenía nada. Entonces se puso junto a mí, como esperando a que corriera. Pero no corrí, sino que me quedé parado, ahí, en mi escalón, mirándolo. Entonces se volteó y me dio la mano para despedirse. Y nos despedimos. Pero no se movió. Entonces le dije que me había dejado sin dinero para mi camión. Se quedó ahí, junto a mí, esperó un poco, y me dijo, ni modo; respiró profundo y dijo: ánimo ñero. Caminó a la esquina y dobló a la derecha. Recordé que sí lo conocía, porque el tipo se dejaba ver de vez en cuando en las tocadas de reggae, pidiendo un poquito de "café". Agradecí a Dios por la ineficiencia de los ladrones locales, y saqué otra moneda de a diez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Imagino a ese güey diciéndote: ¡¡¡Ánimo ñero!!! Pero de verdad que parece increíble; jaja, suena a compasión de su parte. Lo bueno es que la empatía existe aún a pesar de que los lugares de donde viene a veces son muy raros.
Un abrazo Sam,
Dynr.